Soren despertó como si de repente le hubiera vuelto el alma al cuerpo. Se sentía extrañamente lúcido. El olor, la vista, el tacto, todo se mostraba muy real ante él. No podía volver a su cómodo sueño.
Se sentó con facilidad y observó el pasillo exterior a sus barrotes: fue al ver la conmoción de los otros presos que empezó a distinguir sus gritos. Su corazón se aceleró.
¿Qué... sucedía?
No, no eran solo sus gritos lo que oía. No eran solo gritos humanos.
***
Las ráfagas de viento azotaban con fuerza, crispando los nervios de Isabelle a cada paso que daba. No había tiempo para descansar; había sido difícil, pero el pueblo de Esmirna marchaba.
Solo hacía poco que habían cruzado la frontera. Y seguro no faltaba mucho para que vieran los primeros rayos de sol. Los niños se quejaban, los ancianos eran arrastrados por sus hijos. Pero Isabelle no podía darles descanso aún. Que ya no estuvieran en Esmirna no significaba que estaban fuera de peligro. Ahora era ella quien estaba encargada de protegerlos a todos.
Anette... No podía soportar ver a Anette. Sus sollozos habían terminado hacía tiempo. Ahora solo se veía desconsolada, culpable incluso. «Lo dejamos atrás, Isabelle. Lo abandonamos para que se lo comieran.» Las fibras de su corazón se retorcían al pensar en ello. Y en todas las personas a las que habían dejado atrás. Pero había tomado una decisión. Debía pensar en el mañana. Y cargaría ese peso aunque tuviera que hacerlo sola.
El general Arthur de Laodicea y sus tropas los acompañaban. Habían aceptado el plan de Isabelle sin rechistar. Pero no podía depender de ellos; ante la orden del rey, se irían sin importarles qué estuviera pasando.
Los únicos con los que contaba era con los soldados de Esmirna. Eran solo un tercio de los hombres que poseyera Esmirna meses atrás. Pero ellos tenían que ser suficientes.
Su madre estaba a su lado. En cuerpo, al menos. Estaba justo como la esperaría: triste, asustada. ¿Era eso? Isabelle no estaba segura. La mujer que la había criado miraba detrás de su hombro de tiempo en tiempo. Era algo normal si esperabas ataques de monstruos en cualquier momento. Sin embargo, no parecía ser miedo lo que estaba sintiendo. Juraría que en los ojos inseguros de su madre se escondía algo más.
***
Soren entendió el porqué de los gritos cuando los lobos entraron a toda velocidad y se pegaron a los barrotes de las celdas mientras trataban de meter sus cabezas entre los barrotes. El pánico de los reclusos que aún se encontraban lúcidos no se hizo esperar.
Los gritos y los rugidos formaban una orquesta interesante en la mente de Soren, como si todo lo que estaba viviendo era una obra de teatro.
Las garras del terror empezaron a acariciar la coraza de indiferencia y hedonismo con la que se protegía; fueron envolviéndolo con suma delicadeza. Algo muy malo acababa de ocurrir.
Un subidón de adrenalina puso en marcha su cuerpo. ¡Tenía que salir de allí!
Tembloroso, observó sus alrededores: además de los lobos correteando, la débil que se colaba entre las ventanas le permitió divisar un cuerpo humano a lo lejos en el pasillo. Lo más probable es que fuera un guardia.
¡Debía tener la llave de las celdas consigo!
Pero estaba demasiado lejos. Seis metros de distancia. Algunos de los presos habían detenido sus gritos; seguro pensaban que estaban más seguro dentro de sus celdas que afuera.
Pero el sabía que si los lobos habían llegado hasta allí, más monstruos estaban de camino.
Su respiración se hizo pesada. Extendió su derecha entre los barrotes. Podía ver sus tres dedos asir del guardia en el suelo. Sentía la presión del metal sobre su hombro entre más se estiraba.
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Entre el Caos y el Orden
Fantasy¿Qué hacer cuando la locura misma se apodera de todo? ¿Cuándo el Caos está a punto de devorar todo lo que amas? La lanza y la espada es lo único que el ejército tiene para defenderse contra los monstruos y horrores. A la humanidad solo le queda luc...