III - Laodicea

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—Habían mujeres mas bonitas en Éfeso. —Kai estaba decepcionado.

—Calma, no hemos visto casi mujeres.

—He contado treinta muchachas de nuestra edad desde que pasamos esas puertas y ninguna es como las describiste; esperaba ver ángeles. —Ahora estaba molesto.

Después de seis días, por fin habían llegado a Laodicea, la capital. Luego de identificarse en las puertas de la ciudad, se dirigieron al centro de la misma donde dejarían a los mercaderes y a las dos familias que los acompañaban. De ahí irían al ayuntamiento dónde debían estarlos esperando; Cole había enviado un mensajero anunciando que iba con una pequeña compañía de soldados y debía reunirse con el rey.

Los soldados de Cole hablaban animadamente mientras caminaban. Algunos de los habitantes los miraban con algo de desdén.

Observó las calles por las que transitaban: casi todas estaban empedradas. Podía ver más edificios que los que habían en Éfeso e incluso que en las otras ciudades por las cuales habían pasado. Entre más se acercaban al centro, más comerciantes inundaban las calles; vendían frutas y vegetales que Cole nunca había visto en persona. Cueros, telas, especias aromáticas y toda clase de diferentes artesanías fue de lo poco que vieron mientras pasaban.

—Oye, esa de allí es muy bonita, ¿no? —Kai le hizo una seña a su compañero—. Esa, la que tiene la espada.

—Sí, lo es. Pero parece... rara.

Cole la miró de pasada. La muchacha tenía una armadura rudimentaria y un estoque. Era rubia, un color que no era muy común por allí, pero eso no era exactamente lo que llamaba la atención: al lado de ella había un cartel que decía: «Se aceptan trabajos de caza de monstruos».

—No creo que así contraten a los mercenarios. —Glenn tenía esa sonrisa burlona que tanto lo caracterizaba. Se escucharon unas cuantas risas.

—Yo no creo que pueda conseguir ningún trabajo.

Algunas mujeres aprendían el uso de las armas en localidades dónde se sufría mucho de asaltos de bandidos o que tenían abundancia de monstruos a su alrededor. Ninguna mujer debía prestar servicio militar obligatorio, por lo que en las provincias dónde el ejército no estaba bien organizado, podía verse mujeres trabajando en grupos de vigilancia o patrullaje independientes de su ciudad.

Laodicea era la provincia, de las diez de Askenaz, que poseía el mayor poder militar. Por ello, si no era con el ejército de Laodicea, era casi imposible vivir de las armas ya que casi nunca requerían de soldados externos. La provincia se encontraba al norte del país y limitaba con una serie de montañas donde no habitaba ningún tipo de monstruos debido al severo frío y además, las mismas montañas servían como una muralla extra.

Claro, habría mercaderes u otros viajeros que de cuando en cuando tendrían que salir de la ciudad y necesitarían escolta, pero la demanda no era tan alta. Le daba algo de lástima aquella muchacha, casi sentía la necesidad de sentarse con ella y explicarle como funcionaba la economía en ese sitio.

Siguieron su camino hasta que llegaron al edificio del ayuntamiento. Cole dejó a sus soldados afuera y entró acompañado de Glenn y Frederick. Encontraron a un hombre algo mayor sentado frente a un escritorio lleno de papeles.

—¿Usted es el pretor?

El hombre levantó la vista de un documento que parecía importante. Arrugó la frente.

—¿Quién pregunta?

—Cole hijo de Gregory, descendiente de Éfeso —respondió con algo de impaciencia.

—Ah —su voz denotaba desprecio—, es usted.

—¿Está listo el fuerte que solicité para que descansemos mis hombres y yo?

Entre el Caos y el OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora