—Ha quedado claro que todo Askenaz está bajo amenaza, no sólo las provincias del sur. Si no tomamos acción ahora, nuestro pueblo y nación peligrarán de desaparecer.
Cole tenía que reconocerlo: Isabelle tenía un don para hablar y evocar emociones. Su oratoria no era perfecta, pero podría decirse que era mejor que la de él.
—El único camino que nos queda es hacer frente a la amenaza unidos, como una vez lo hicieron los Conquistadores cuando tomaron esta tierra.
Claro, traer al discurso a los Conquistadores; eso siempre avivaba el patriotismo. A Cole no le parecía necesaria tanta fanfarria. Ella no estaba hablando frente al pueblo, solo a sus gobernantes; poco les importaban aquellos valores fuera de las soluciones prácticas.
Con aquella frase, Isabelle terminaba su intervención frente al rey cerrando así la discusión. Todos los presentes sabían que no había otra posible decisión. Esta vez a Cole le acompañaba Glenn, necesitaba que él conociera todos los detalles.
Tres días antes se habían reunido allí mismo, en el palacio, y no habían logrado nada. Ahora, el rey Alexander se levantaba de su asiento y se disponía a hablar.
—Ya hemos debatido suficiente. Vistos los acontecimientos recientes y habiendo discutido con mis oficiales, he decidido ordenar un despliegue a gran escala de las fuerzas de Askenaz. Nuestro objetivo será proteger nuestras provincias y acabar con la fuente de esta amenaza, cualquiera que sea.
El rey volvió a su zona de confort y se sentó. Se levantó el oficial a su derecha. Arthur los había presentado: era Callum, general del ejército de Askenaz. A pesar de ser notablemente más joven que Arthur, ambos poseían el mismo nivel de autoridad.
—Necesitamos organizar nuestros esfuerzos en esta operación. Debemos discutir la estrategia a tomar. Lo más importante es proteger nuestras fronteras en las ciudades de las fronteras este y sur.
—También es importante mantener nuestras rutas de comercio. La economía no puede dejar de fluir. —El gobernante de Tiatira tenía claras sus prioridades.
—Colosas tiene un buen número de hombres de guerra. Podemos fortalecer las defensas en Filadelfia y Éfeso.
—Creo que hay algo que todos estamos ignorando. —Soren por fin tomó parte en la discusión—. La gente de Askenaz no está preparada para pelear contra los monstruos que nos han estado atacando estos últimos días. Nuestro mejores guerreros son... ¿quiénes? Los Caballeros de la Égida, los Guardianes del Culto y más nadie. El resto está mal equipado. E incluso parte de los Guardianes del Culto estuvieron a punto de morir hace unos días. Su nombre no les sirvió de nada.
Isabelle estaba a punto de explotar en ira. Aún así, se contuvo y Soren siguió hablando.
—Nuestros soldados son humanos, aún necesitan respirar. La cosa que expulsaba veneno pudo haber matado a toda la población. Además, nuestros guerreros de élite son pocos. La mayoría de los Guardianes del Culto ni siquiera pueden abandonar el Templo.
—¿Qué sugieres tú entonces? —preguntó Harold de Colosas. Parecía algo molesto por el comentario que acababa de hacer el muchacho, pero reconocía que había algo de razón en sus palabras.
—Necesitamos construir armas de guerra. Alloria las tiene, Bergfalk y Frigeria tienen; algunas de ellas funcionan muy bien contra monstruos grandes.
El ministro a cargo de las arcas se levantó ansioso.
—¿Pérgamo podría construirlas?
—Con algo de apoyo financiero sí. —El ministro ya no se veía tan animado después de decir Soren estas palabras—. También necesitaríamos ayuda de Alloria o algún otro país —Soren se rascó el cuello—, los modelos de nuestras armas están muy obsoletos.
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Entre el Caos y el Orden
Fantasy¿Qué hacer cuando la locura misma se apodera de todo? ¿Cuándo el Caos está a punto de devorar todo lo que amas? La lanza y la espada es lo único que el ejército tiene para defenderse contra los monstruos y horrores. A la humanidad solo le queda luc...