CAPÍTULO 40

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Paula y Saúl se vieron envueltos en situaciones que jamás habían vivido, empezando por el avión privado, era enorme y apenas tenía unos pocos asientos. Había comida y bebida de todo tipo, un baño demasiado grande para tratarse de un avión y un dormitorio totalmente equipado. No pudieron hablar mucho durante el vuelo ya que, debido a las turbulencias, tenían que permanecer sentados y estaban demasiado lejos el uno del otro.

Una vez aterrizaron en Barcelona, fueron conducidos a una sala en la que no había nadie. Esperaron un rato hasta que llegó un coche para recogerlos a todos. Más tarde, supieron que era el chófer de la familia. Condujo casi una hora para llegar a una exclusiva urbanización de la ciudad condal. Andrés iba hablando con su hijo ya que, los otros dos ocupantes estaban demasiado distraídos. Saúl porque se sentía muy incómodo y le parecía que se había equivocado al ir hasta allí, y Paula porque estaba maravillada por todo lo que veía a su alrededor.

—Ya hemos llegado—comentó Marc sacándolos de sus respectivos pensamientos.

Al bajar del coche, quedaron frente a la escalinata de una mansión en tonos blancos y negros bastante imponente, con unos jardines perfectamente cuidados, no había ni una sola hoja de ninguna planta fuera de su sitio. Instantes después, aparecieron dos hombres más para abrir el maletero y llevar las maletas al interior de la casa.

—¿Por qué todo esto parece tan...irreal?—preguntó Paula.

—No parece, lo es. Nadie vive así, sólo mi abuela. Aquí el tiempo mínimo se detuvo hace ciento veinte años—ambos se rieron por las palabras del chico.

A Paula le había caído bien Marc y su padre, parecían buenas personas, pero no quería prejuzgar sin tener todos los datos por si acaso.

Cuando entraron en aquella casa, a Saúl un escalofrío le recorrió el cuerpo. En ese lugar se respiraba opulencia y frialdad, no era para nada acogedor a pesar de la exquisita decoración elegida con muy buen gusto. Esa casa no era para gente como él o Paula.

—Pueden pasar, la señora Irma los espera en el despacho—les avisó una chica vestida con uniforme que formaba parte del servicio.

—Gracias Rosa. Venid por aquí—les indicó Andrés mientras abría la puerta—¿Mamá?—preguntó al no verla sentada en la mesa de su enorme despacho—estaba todo en silencio cuando una pequeña figura apareció desde el rincón del ventanal—Hola mamá—Andrés se acercó para saludarla con un beso y su hijo Marc, lo imitó—Tal y como te prometí, aquí está Saúl, tu nieto.

La anciana fue hasta él caminando lentamente con su bastón. La mujer era menuda, con pelo cano perfectamente peinado y ojos dorados ya apagados por su avanzada edad. Lo miró de arriba abajo con todo el descaro del mundo y sin mostrar ningún tipo de expresión en su rostro hasta que pasado unos segundos bastante largos, sonrió cínicamente.

—Así que tú eres Saúl. Tienes el mismo porte que tu padre, la misma mirada...—la señora tuvo un descuido y estuvo a punto de suspirar, pero logró contenerse.

—Hasta donde sé, me parezco más a mi madre—respondió con una sonrisa aún más frívola que la de su abuela.

—Eso es un detalle sin importancia—entonces fue cuando reparó que al lado de su nieto había otra persona—¿Y quién es ella?—su forma de preguntar de manera despectiva no le agradó en absoluto.

—Me llamo Paula señora—respondió de la misma forma.

—Según me han informado, mi nieto no está casado y esta es una casa decente. No deberías estar aquí—Saúl iba a salir en su defensa cuando su tío habló.

—Mamá, es una amiga de tu nieto, por favor trátala con respeto. Si no fuera por ella, Saúl no estaría hoy aquí.

—Muchas gracias—soltó irónicamente—Ahora me gustaría hablar contigo Saúl, a solas.

A través del tiempo (2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora