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Mis pies descalzos hacían eco en lo más profundo de mis oídos, mis pasos eran torpes y apresurados a través del pasillo abierto. Una tormenta caía sobre Grecia. Tome la falda de mi vestido manchado de sangre y la alce para permitirme correr con más fuerza hacia el templo de la diosa del amor y la belleza. Con la otra mano sostenía una antorcha finamente, iluminando mi camino.

Mi paso dejaba un camino de sangre.

Estaba llorando, desconsolada, quizás gritando, pero no podía oírme.

Mi respiración estaba agitada y mis pulmones dolían, pero sentía que si me detenía ahora mismo iba a morir.

Cuando llegue al templo el dolor en mi parte baja fue insoportable, me tropecé y caí al suelo, la antorcha se resbaló de mis manos, cayó al suelo y rodó antes de apagarse. Me arrastré hasta el altar de la diosa, dónde me esperaba una figura femenina de hermosos rasgos y cabello rojos. Cuerpo curvilíneo y piel clara.

— ¡Afrodita…! ¡Por favor! ¡Ayúdame!— Suplique entre llantos. La diosa me miro con pesar.

— Lo siento, no pued—Un soplo de aire helado apago las velas del altar y todas las antorchas que mantenían él templó de la diosa iluminado.

Busque la figura femenina frente a mí, pero desapareció en la penumbra.

Una de las antorchas se encendió por su cuenta, pero está solo alcanzaba a iluminarme. No sentí miedo.

— Yo sí puedo, hija.— Una voz profunda proveniente de las oscuras profundidades se acercó, puede distinguir una figura, pero nunca salió de las sombras.

El dios me extendió una daga que parecía hecha de oro imperial, esta tenía hermosos grabados y piedras preciosas incrustadas. Está parecía meramente decorativa, pero cuando roce mi dedo con el filo, la sangre empezó a botar y formar un charco.

— Puedes solucionarlo, y volver a estar con tu amado.—Una mano monstruosa se extendió hacia mí desde la penumbra y acaricio mi mejilla.— Solo que no en esta vida.

Alzó el rostro marcado por mis lágrimas y busco en la oscuridad.

— Ya sabes lo que tienes que hacer.

Y lo sabía, por primera vez desde que precedencia la ejecución de mi gran amor, mi mente estaba clara, después de sentir que mi cabeza se partía a la mitad y el ruido hacia mis oídos explotar, todo se había callado.

Me quité las joyas que traía encima, y las dejé a sus pies. No era la ofrenda más elaborada, pero serviría.

Hice una reverencia exagerada, dejando que mi frente se apoyará del frío suelo de mármol y mi cabello callera como cascada a mis costados.

— Por favor, escuché mi petición. Dios Eros.

ONE SHOTS|• Nico di AngeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora