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Profundidades de Los Carriles...

Un joven rubio llegaba sucio y con algunas heridas visibles al refugio de su Jefe, apenas lo vieron, unos secuaces lo sentaron en una silla y lo ahorcaron con un mazo apretándolo contra su garganta.

-Te dije que los siguieras, no que interfieras.- le habló el siniestro hombre que inyectaba una sustancia a su ojo izquierdo en medio de la oscuridad.

-Lo siento.- murmuró a duras penas el muchacho llamado Deckar- Nos tomaron por sorpresa.- explicó temeroso.

-Ahora todos están preguntando por el idiota que se atrevió a meterse con los hijos del Jefe.- bramó el adulto dejando de un golpe su jeringa en un escritorio de su laboratorio.

Deckar tragó grueso. Miró a los dos hombres que estaban a sus costados custodiándolo.

-Fueron ellos.- declaró asustado.

Sin embargo, al mirar al loco científico que también estaba en el lugar, se dió cuenta que nadie entendía de lo que hablaba en esos momentos, así que suspiró antes de volver a hablar.

-Fueron ellos, los hijos de Vander, los que causaron la explosión en la ciudad de arriba.- informó logrando que su Jefe volteara abruptamente a verlo, dejando ver su inusual ojo izquierdo.

-Vander está en problemas.- musitó con cierta satisfacción y luego miró a Singed, aquel científico y su mano derecha- Vaya, es lo más inteligente que has dicho hasta ahora, niño.- halagó con ironía, mientras se ponía de pie y, con una señal de mano, le indicó a sus secuaces que salgan del refugio.

Deckar se puso, con nerviosismo, de pie y se dirigió a los ventanales que dejaban ver el sombrío océano de la Ciudad Subterránea. Silco cogió un frasco que contenía un líquido brillante y violeta, luego se acercó al rubio, bajo la atenta mirada del científico.

-Hermosa criatura, ¿no?- le cuestionó cuando lo encontró observando a una especie rara de ballena mutada nadando al frente de ellos. Deckar sólo asintió- Nadie allí arriba, en la superficie, sabe si quiera que existen.- añadió.

-Son monstruos.- señaló él volteando a verlo.

-Hay un monstruo dentro de todos nosotros.- contestó Silco mirándolo con seriedad y después le extendió su mano que tenía el frasco de Brillo.

-¿Qué? No.- negó inmediatamente, pues ya había visto los experimentos con animales de esa sustancia y no eran tan alentadores- ¡No! Eso me matará.- volvió a refutar al ver que el adulto no se inmutó.

-Te dejaré conocer un importante secreto que yo descubrí cuando tenía más o menos tu edad, chico. Verás...- habló con calma el hombre, mientras usurpaba una navaja de los bolsillos del muchacho y golpeó su mejilla un par de veces con su filo, antes de seguir hablando- El poder, el verdadero poder, no llega a aquellos que nacieron más fuertes, más rápidos o más inteligentes. No. Le llega a aquellos que harán cualquier cosa para obtenerlo... Es hora de dejar salir al monstruo.- terminó ofreciéndole una vez más el Brillo.

Esta vez, Deckar lo pensó, miró detenidamente aquel frasco y volvió a tragar saliva con dureza, lo tomó y lo bebió con rapidez.

Tan rápido como lo bebió, tan rápido empezó a sentir los efectos. Bajo las atentas miradas de Silco y Singed, el joven arrojó el frasco vacío al sentir un desgarrador dolor, dobló su cuerpo llevando su pecho a sus rodillas y cubrió su rostro con una mano, mientras su cuerpo iba mutando y cambiando.

Sólo sus alaridos de dolor se escuchaban en el refugio y a las afueras del mismo.

Así se anunció el inicio del fin de la paz.

↑ La Sheriff y La Jefa ↓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora