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12 Años. Piltóver...

La pequeña niña de ojos azules y cabello solo un poco más oscuros que estos se escabullía por los lujosos y pulcros pasillos de su inmensa mansión. Se escondió detrás de una esquina cuando vió a una de las empleadas limpiar por tercera vez en todo el día los pisos de su hogar, esperó con paciencia que terminara su labor y siguió con otro pasillo.

Cuando tuvo el camino libre, volvió a caminar a pasa ligero hasta que, por fin, se topó con dos grandes puertas de una fina madera. Giró su cabeza hacia ambos lados del pasillo y, tras asegurarse que nadie esté cerca, abrió las puerta y entró.

Una breve exhalación salió de sus labios cuando cerró las puertas detrás de ella.

-La armería.- musitó en un susurro, mientras sus ojos brillaban maravillados, recorriendo la amplia habitación que su madre había prohibido para exclusivamente para ella.

Habían cientos de armas en aquella habitación, distintas clases de ellas, pero sólo existía una que captaba por completo la atención de la pequeña heredera de los Kiramman. Sus hermosos ojos zafiros se posaron de inmediato en los rifles fabricados por su propio padre.

-Algún día, uno de estos será mío.- murmuró ella para sí misma, mientras con suma delicadeza, como si del objeto del cristal más frágil se tratara, lo tomaba entre sus manos y lo retiraba de su estante para acariciarlo, admirando el poderío de la imponente arma.

-¡Caitlyn!- el grito de regaño proveniente de su madre la asustó, con un respingo estremeciendo todo su cuerpo, sujetó con mucha más fuerza el arma y se giró rápidamente para ver a su progenitora de pie en la entrada y, sólo a un par de pasos detrás de ella, se encontraba su padre- Deberías estar ya en la cama.- acusó la mayor con el ceño fruncido y su típica pose diplomática, con sus manos juntas descansando sobre su vientre.

La de cabellos azules oscuros rodó los ojos frustrada.

-Aún es temprano, mamá. ¡Recién se acaba de ocultar el sol!- refutó también frunciendobel ceño y sosteniendo más el rifle hacia su pecho.

-¡Pues lee un libro o algo, pero en tu habitación, jovencita!- ordenó la matriarca indignada por el atrevimiento de su hija en contestarle- Una dama no debe estar rondando por la noche fuera de su habitación, a menos, que sea una ocasión especial. Mucho menos, una dama debería portar armas o estar en una habitación llena de ellas.- regañó.

-¡Pero papá las hace y...!- Caitlyn ni siquiera pudo terminar su oración al ser interrumpida por la mayor.

-Porque tu papá es un hombre, cariño.- le recordó controlando más su tono de voz y forzando una sonrisa- Él se puede dedicar a eso, si así gusta. Además, nos trae mucha riqueza y prestigio a los Kiramman.- añadió ahora volteando a ver por sobre su hombro a su esposo, quien le correspondió la sonrisa genuina que finalmente mostró.

-¡Las armas no son exclusivas para los hombres!- nuevamente refutó la niña molestando una expresión más seria, odia los pensamientos conservistas de su madre- He leído miles y miles de libros toda mi vida y no me quejo, me gustan. Pero me fascinan las armas, el poder que conllevan y lo que podríamos hacer con ese poder para mejorar como ciudad o, tal vez, para mejorar el mundo si las usamos con sabiduría y justicia. ¿Qué hay de las mujeres que hoy en día forman parte de los Vigilantes? ¿O que nuestra propia Sheriff es una mujer? ¿Acaso ellas no son damas sólo porque portan armas para cuidar de su ciudad?- cuestionó con firmeza e inteligencia.

Cassandra apretó los labios y cerró discretamente más sus manos entre sí, claro que estaba al tanto de lo erudita que puede llegar a ser su hija. Sin embargo, esperaba que usara toda esa autoridad y conocimiento en la política de Piltóver.

↑ La Sheriff y La Jefa ↓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora