Capitulo 12: El cristal de sangre

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Scarlett

Me sentía como en viejos recuerdos, pánico en las calles mientras huíamos de las cosas que se veían en el cielo, solo que en lugar de bombas ahora era una nube negra con un aspecto intimidante, no me quedaré aquí para averiguar de qué se trata, así que he corrido lo más rápido que he podido en dirección contraria. Salto entre los tejados en dirección al bosque, no sé muy bien qué hacer o a dónde ir, no conozco este lugar y no sé qué esa cosa, todos los Faerys están en pánico, está claro que le temen, y seguro que tienen una buena razón para hacerlo. Recuerdo que mi madre me decía que siguiéramos adelante y no miráramos atrás, que solo corriera hasta que no pudiera más, madre... te extraño tanto.

Ver a montones de Faerys correr me trajo viejos recuerdos, tuve una especie de flashback, en lugar de ver Faerys vi a mis compañeros de la resistencia, veía sus rostros intentando huir de las bombas, no... no puedo irme sin más.

- ¡Rápido, hacia el bosque! - grité

Muchos me siguieron y en el camino se me cruzaron un par de niños con orejitas de conejo, los he tomado en cada brazo y he seguido corriendo. Esa gigantesca nube está cada vez más cerca, y ahora puedo oír los truenos que provienen de ella, no sé qué tanto más puedan seguir corriendo estos Faerys, pero me niego a dejarlos solos, sé que no puedo ayudar a todos, pero al menos no quiero quedarme de brazos cruzados. Una chica se ha tropezado y se ha quedado atorada entre un montón de cajas y en cuanto llegué a ella he pateado tan fuerte como pude la madera, esta se rompió por el impacto y la chica pudo seguir corriendo, siento el piso temblar, no lo entiendo, qué carajo es esa tormenta.

La adrenalina corre por mis venas, hace mucho que no me sentía así, muchos Faerys quedaron atrás, algunos tuvieron accidentes y no pudieron seguir corriendo, otros se rindieron, pero los pocos que lograron seguirme el paso hacia las profundidades del bosque estaban claramente exhaustos, puedo sentir mi mochila temblar, Dante tiene mucho miedo. Seguimos avanzando pero a paso más lento, les temblaban las piernas después de haber corrido tanto, y no les culpo, ahora el pueblo se ve tan pequeño desde esta distancia, pero fue en ese entonces que me di cuenta de algo, la nube ya no avanzaba, se había quedado justo sobre el pueblo y lo envolvía en una espesa niebla oscura.

-La bruma, había oído de ella, pero jamás creí que de todos los pueblos de Eldarya seriamos el siguiente- dijo un sátiro

-Jamás oí de la bruma, ¿qué es? – pregunté

-Es algo reciente, lleva menos de un año, nadie sabe qué es, pero destruye todo lo que toca, siempre se aparece en algún pueblo y arrasa con él, no deja nada en su lugar, y después, así como apareció desaparece

-Todos deber seguir adelante, todos buscar refugio- dijo un ogro

-Tal vez aun queden familiares cerca, podríamos pedir ayuda a la guardia de Eel- dijo una mujer gato

Pero de repente escuchamos cómo varios se acercaban, eran como caballos, pero a la vez no, tenían líneas blancas y negras como las cebras y sus cabezas eran solo sus cráneos, eran montados por un montón de elfos.

-Hemos llegado tan rápido como pudimos

-¡El ejército de Lund'Mulhingar!-dijo sorprendido uno de los niños que llevaba conmigo

-Estábamos en una misión de exploración, vimos la bruma avecinarse y vinimos inmediatamente- dijo su líder

-Ya es tarde, somos los únicos que quedan- dijo entristecida la chica que saqué de las cajas

-Les ayudaremos, vendrán con nosotros y les brindaremos lo necesario para que estén bien

Bueno, parece ser que mi travesía por este mundo no se hace esperar, no he tenido un solo día para descansar, la vida aquí es agotadora. Supongo que debo agradecer a alguna deidad que estoy viva, pero no le encuentro sentido cuando yo fui la que hizo el trabajo de huir a toda velocidad y de haberme entrenado como lo hice en la Tierra, incluso de haberle salvado la vida a tres Faerys, no quiero sonar prepotente, pero quiero un descanso. Afortunadamente ese grupo de elfos traía consigo algo que era extremadamente parecido a pesados carros Conestoga, esos que eran de la época de los pioneros americanos, lo más incomodo del mundo para viajar a mi parecer, pero ya no me importaba, el carro era jalado por un búfalo enorme de seis patas y un denso pelaje, nos acomodaron dentro y yo me quedé dormida, me hacia falta una buena siesta.

Un mismo espirituDonde viven las historias. Descúbrelo ahora