Capítulo 11

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Una semana más tarde, los labios de Jennie volvieron a la normalidad. Y en todos aquellos días, apenas consiguió librarse de ver a la princesa. Parecían tener un imán para chocarse continuamente, algo que sin duda les molestaba a ambas.

Por las mañanas, Lalisa la observaba desde la ventana cuando salía por la puerta de las cocinas y comenzaba a hacer unos extraños ejercicios con las manos y los pies. Incluso en una ocasión, le dejó boquiabiert al ver cómo manejaba un palo. Los movimientos
eran parecidos a los de su entrenamiento con la espada. Aquello le gustó. La joven parecía saber defenderse.

Una de aquellas mañanas Jennie decidió salir a correr. Necesitaba hacer algo más que dar puñetazos y patadas al aire para despejarse y eliminar el estrés. Salió con cuidado de la habitación, para no despertar a sus amigas, y cuando llegó al exterior del palacio suspiró. Aquel amanecer tostado era el más bonito que había visto en su vida.

Caminó hasta llegar a un sendero, pero al ver el bosque frondoso que se levantaba ante ella, no lo pensó y se internó en él.

Comenzó a correr y enseguida se dio cuenta de lo incómodo que era hacerlo con aquella
vestimenta. Pero la tela no iba a disuadirla, así que se subió la falda por la cintura hasta dejarla sobre sus rodillas y con una feliz sonrisa continuó con la carrera.

El sudor comenzó a empaparle la cara y el pelo, pero no le importó. Su mente se había
bloqueado y sólo pensaba en correr, correr y correr. Mantuvo el paso durante más de una hora, hasta que el ruido de los cascos de un caballo que se acercaba hacia ella la obligó a detenerse.

Cansada, se sorprendió al encontrarse con la cara de preocupación de la princesa Lalisa que, al verla actuar de aquella forma, se imaginó que le pasaba algo.

-¿Qué le ocurre? ¿Quién la persigue? -preguntó bajándose del caballo con la espada en la mano.

Confundida, Jennie levantó la mano para pedir un segundo y tomar aire.

-No me ocurre nada. ¿Por qué?

-Corría, y uno sólo corre cuando huye de algo.

Acalorada y sudando como nunca, se retiró el pelo pegado de la cara y sonrió.

-Pues siento decepcionarla, señora, pero sólo corría por placer.

Aquel día, Lalisa iba vestida con un vestido rosa claro, con toques dorados con su abdomen esculpido a la vista y sus habituales joyas en los brazos, clavícula y cabello. Se le veía guapa y relajada. El pelo suelto y enredado por el viento le daba un aire sexy y femenino qué...

«Por Dios, Jennie, ¿en qué demonios estás pensado?», se regaño así misma.

-¿Placer?

-Sí. Correr me despeja y relaja. Suelo hacerlo a menudo, por lo tanto no se preocupe si vuelve a verme correr.

Perpleja por aquella respuesta, la gobernante introdujo su espada en el cinto instalado en su cadera, se acercó a su caballo, cogió una especie de botella y se la ofreció.

-¿Quiere un poco de agua?

-Uf... La verdad es que sería genial.

-¡¿genial?! ¿Qué quiere decir eso?

Jennie sonrió. Se pasaba el día aclarando a todo el que hablaba con ella qué querían decir exactamente sus expresiones.

-Es como decir que me vendría muy bien. ¿Lo entiende ahora? -respondió mientras cogía la botella.

La princesa asintió y ella dio un pequeño trago, después otro y, por último, uno más largo sin darse cuenta que Lalisa no podía apartar la vista de sus piernas ¿Por qué llevaba subida la falda? Pero cuando tapó la botella y se la tendió, se dio cuenta de adonde miraba.

VOLVERÉ POR TI | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora