Capítulo 24

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Sin poder sacarse de la mente a Lalisa, Jennie tuvo que salir del palacio para respirar. Se sentía abrumada por todo y el haber reconocido en voz alta lo que ella se negaba incluso en la conciencia, no había sido bueno. Solo había despertado en ella la ilusión de una vida junto a la princesa. Una vida feliz a decir verdad en dónde incluso tenía una familia con toda la gente de aquel lugar.

Todo parecía demasiado sencillo cuando estaba en los brazos de su guerrera, pero ella sabía que en realidad, nada era así.

Para aplacar un poco su culpa, decidió como siempre tararear una canción, pero todo se vino a bajo otra vez cuando vio regresar a Mina y Lalisa.

Enfadada consigo misma por permitirse
soñar despierta, se levantó y entró para pelar las papas de la cena. Necesitaba
hacer algo o se iba a volver loca. Todavía canturreaba cuando de pronto escuchó una aguda voz femenina.

—¿Dónde se encuentran Agnes y Edel?

Levantó la mirada de su tarea y se encontró con dos jóvenes de impecable aspecto.

—Pues si no las ven aquí, será porque están ocupadas en otro lugar.

Pero una de ellas contestó con una altanería tal, que la hizo tensar cada uno de sus músculos. ¡Y no estaba para bromas!

—Tenemos tarea para ellas. Necesitamos encontrarlas ahora mismo.

Aquellas dos mujeres rezumaban maldad en la mirada. Jennie se levantó de su silla.

—¿Qué necesitan?

La joven de pelo claro y rasgos finos y perfilados, la examinó de arriba abajo antes de responder con un tono de voz desagradable y mandón.

—Tienen que ir a la alcoba de mi señora Mina para asear la estancia, que está en un estado lamentable. Después, han de lavar estos vestidos con cuidado de no estropearlos y, una vez limpios y estirados, llevarlos de regreso a la habitación de la señora y colgarlos. Sorprendida por aquello, dejó la papa que tenía en las manos.

—Las criadas de su señora Mina son ustedes ¿Por qué tienen que hacerlo ellas? —las jóvenes al escuchar aquello se miraron desconcertadas—. Y en cuanto a su habitación, dudo de lo que dicen, yo misma me encargué de que ese cuarto estuviera limpio y aseado anoche, por lo que no creo que esté en un estado tan lamentable como pretenden hacerme creer, a no ser que su señora se haya encargado de ensuciarlo.

Las jóvenes se miraron.

—Eres Ruby, ¿verdad? —preguntó una de ellas con una maliciosa sonrisa.

—Si

—Habíamos escuchado hablar de ti —dijo la morena.

—¿Ah, sí...?

—Sí.

—Pues espero que bien; porque si no es así me enfadaré, y les aseguro que cuando me enfado, me temen —respondió clavando el cuchillo con el que pelaba la papa en la mesa de madera.

Asustadas dieron un paso hacia atrás, justo en el momento en que Agnes entraba en la cocina.

Al encontrarse con aquella situación, se acercó a Ruby para decir algo, pero ésta la hizo callar al tiempo que daba un paso hacia las dos muchachas, que recularon.

—Si alguien va a lavar la ropa de su señora, ésas  son ustedes. Una cosa es que seamos amables con las visitas y otra es que nos tomen por tontas. Por lo tanto, ya pueden correr al lago, o donde les de la punta gana, y lavar con mimo las ropitas de su señora Mina.

Asustadas, todavía con los vestidos en las manos, las dos jóvenes corrieron escaleras arriba en busca de protección. Aquella chica estaba loca. Agnes se rió a carcajadas al ver semejante reacción.

VOLVERÉ POR TI | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora