Capítulo 37

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Una oscuridad densa y fría rodeaba a las chicas cuando parecieron despertar. Estaban sumergidas en el agua, y las tres mujeres comenzaron a nadar con desesperación hacia la superficie.

—Ah... —suspiró Jennie sacando la cabeza y respirando—. ¡me ahogo!

—¿Otra vez en el maldito agua? —protestó Irene.

Desconcertadas aún por lo ocurrido, ninguna habló hasta que Rosé señaló hacia el frente.

—¿Eso es lo que creo que es?

Todas miraron hacia donde señalaba la rubia. La oscuridad de la noche no las dejaba ver con claridad, aunque por la silueta lo parecía. Nadaron hasta el muelle y subieron a tierra firme por una especie de escalera de madera. Llovía. Todo estaba oscuro y la gente a su alrededor corría para resguardarse vestidos a la usanza tradicional. Aquello alegró a Jennie y a Rosé.

«Aún hay esperanza.»

—Dios... ¡estoy hecha un charco! —se quejó Irene. Y de pronto, las esperanzas de las dos muchachas se desvanecieron cuando la luz iluminó el lugar y comprobaron que estaban en el muelle, en mitad de la feria qué habían abandonado al comenzar esa aventura.

—No... —susurró Jennie, al ser consciente de la realidad.

—Nooooooooo —gimió Rosé con desesperación.

Irene, al darse cuenta de que habían regresado al siglo XXI, paró a uno de los vendedores que llevaba un paraguas y preguntó.

—¿Por favor, tiene hora?

—Las doce y diez señora.

—Una cosa más, ¿qué día es hoy?

El hombre se quedó sorprendido por semejante pregunta, pero aún así respondió.

—Quince de junio.

—Gracias... gracias... —respondió Irene, antes de dirigirse a sus amigas—. Hemos regresado al mismo día que nos fuimos.

—La gitana. ¡Tenemos que buscar a Erika, La Escocesa! —gritó Jennie, desesperada.

—Sí —asintió Rosie.

Sin esperar a Irene, ambas comenzaron a correr, pero al llegar al lugar donde la encontraron la primera vez, ni su caravana ni su puesto del tarot estaban allí.

Con el corazón hecho pedazos, Rosé se dejó caer al suelo y comenzó a llorar.

—No, ¡maldita sea, Erika! ¿Por qué me haces esto? Aún me queda un deseo por pedir ¿Me
oyes? Me queda un deseo por pedir... —gritó Jennie, con el rostro inundado de lágrimas.

Irene, que las había seguido, no sabía qué hacer para consolarlas. La lluvia continuaba cayendo y las tres estaban empapadas, pero eso era lo que menos les importaba.

Pasaron horas sin que Irene consiguiera moverlas de allí pero, al aparecer el alba, finalmente las convenció y regresaron al hotel.

Irene volvió al día siguiente a Seúl; deseaba ver a su mujer, y sus amigas lo entendieron perfectamente. Pero Rosé y Jennie, buscaron a Erika por todo Tailandia durante más de un mes; nadie parecía conocerla.

VOLVERÉ POR TI | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora