4. La energía que ni se crea ni se destruye, se manipula

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—Tiene los pies a 18º, la cabeza a 37º y la media de su cuerpo ronda los 35º ¿desea reflexología podal con agua caliente o prefiere una ducha equilibrante con agua de minerales salinos? —preguntó aquella cabina de hidromasaje como si de una comandante espacial biónica se tratara.

—Con una ducha rápida será suficiente —indicó Gabriel mientras se desvestía con tranquilidad.

—Una ducha de 5 minutos no restablecerá el equilibrio térmico del cuerpo puesto que sería necesario un ajuste ascendente de temperatura por zonas —contestó la biomáquina.

—Una ducha normalita y a volar —insistió el chico.

—Permíteme que insista... —continuó el aparato.

—Uy, permíteme que insista dice... Modo manual... 38º, 5 minutos, macrochorros. Pesada —dijo Gabriel mientras tecleaba en una membrana cuadrada cuyos números y letras se proyectaban en luces de un precioso tono azul.

Los chorros de agua caliente humeaban al contacto con la piel. La sensación era dispar, quizás demasiado caliente en las piernas o las manos en un primer momento, pero de un agradable resquemor en el resto del cuerpo. En un minuto se enjabonó por completo, otro minuto los proyectores liberaron abundante agua de alto contenido mineral y el resto le sirvieron para enjuagarse totalmente con agua pura agradeciendo la cálida acogida termal.

Así sí podría recibir cualquier noticia, incluso órdenes de su bendita madre, a la que la adolescencia no dejaba apreciarla en su justa medida.

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Michelle Luna siempre se encontraba en el desván perfeccionando sus experimentos y proyectos científicos o generando nuevas teorías, y era poco amiga de las interrupciones inoportunas que, por regla general, para ella eran todas. «Supongo que todos los premios Nobel serán así», intentaba consolarse su hijo, como si todas las madres tuvieran uno.

La señora Luna había ganado el premio Nobel de física años atrás por haber encontrado el modo de controlar la energía de las cosas y, así, poder manipularlas. Era la precursora de todas las patentes del imperio e-Nergy, dedicado a comercializar desde campos de fuerza que sustituían los obsoletos airbags y cinturones de seguridad, o los útiles guantes e-Remoty que servían como mando a distancia universales de absolutamente todo (garajes, persianas, coches, televisiones, ordenadores, juguetes, cisternas, incluso tostadoras o escobas). O los comunicadores e-Mobily que convertían la mano en móvil y solo era necesario subir el pulgar a la oreja, el índice a los labios y mencionar un nombre para poder comunicarte, aunque también existía la opción de tatuar el teclado en ambos dedos para los que no tenían comando de voz. Hasta los divertidos paraguas e-Colory, ondas transparentes de energía en forma de seta que se activaban cambiando de color según el estado de ánimo de su dueño y que no solo servían para la lluvia sino también para el viento o el sol, según la versión. Al final se había extendido tanto su uso que aunque hiciera buen tiempo la gente solía utilizarlo tuneándolo con fotos trasparentes que ellos mismos hacían con sus e-Gafas de sol, como un complemento de moda. Incluso ya había algún listillo que había fotografiado el paisaje donde estuviera, lo había puesto como fondo y se había sentado en perspectiva para confundirse con el entorno. Sin duda, una forma ingeniosa de perseguir la invisibilidad.

También había revolucionado el campo de la psicología con sus artilugios. El e-Mociony, conocido popularmente como desquiciador, era una especie de esfera metálica labrada que envolvía otra esfera de energía transparente, cuya finalidad era atrapar pensamientos rumiativos y negativos y así poder gestionarlos mejor en otro momento, incluso reducirlos. Su utilidad estaba recomendada para todos los públicos, tanto como forma preventiva para evitar que enfermara la mente.  O como tratamiento intensivo para aquellos que ya se habían extraviado en los laberintos de sus propias pensamientos. Pero, sin duda, el producto estrella en el ámbito mental era el e-Optimizer, que permitía a los que lo usaban grabar pensamientos y ocurrencias, incluso de noche, para luego rescatarlos en los momentos idóneos. Si soñabas con canciones y no sabías solfeo, esa era la herramienta idónea para dejar constancia de tus creaciones sin importar tus habilidades.

Aunque quizás, la patente más rentable eran los videojuegos e-Ringplay, con los que te podías convertir en el personaje que quisieras de tu juego favorito escogiendo el vestuario de tus preferidos y envolviéndote con la versión virtual de ellos. Solo era necesario pulsar con la yema del dedo el frontal del anillo de juego. Otros módulos que se compraban aparte facilitaban decorados para personalizar el entorno, niveles de pantalla para jugar en línea, objetos o poderes, y un sinfín de complementos que ponía a prueba las carteras más ilimitadas económicamente.

Por supuesto, también había patentado la dichosa máquina de envasar que intentaba usar sin éxito, un aparato de cristal líquido con una membrana electromagnética con textura de gelatina cuyos sensores digitales se reían de su propia inventora. Y el conector espacial, una estancia de vidrio líquido con membrana electromagnética como puerta que conectaba todas las estancias de una casa sin tener que bajar escaleras o recorrer un amplio pasillo. Una máquina con un alcance de unión muy limitado, hasta 20 metros, pero muy útil para usuarios de movilidad reducida, fin para el que el artefacto había sido desarrollado por Michelle.

Todos esos maravillosos artilugios, que Gabriel siempre enseñaba a su mejor amigo, Gorky, antes incluso de que fueran patentados, no redimían el sentimiento de reproche que Nobelito profesaba por su madre. Gabriel formó una L con el dedo índice y pulgar de su mano izquierda, luego tamborileó con los dedos de su mano derecha sobre la L. Pasados unos segundos desistió. El adolescente trincó la mochila antigravedad y salió disparado como un proyectil loco, huyendo sin pensar en que era su primer día de instituto y tendría que afrontar novatadas como quien pasea bajo la lluvia sin paraguas.

El Guardián de Tierra MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora