16. El vúgumol de la Venganza

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Corría a toda velocidad, como perseguida por un monstruo creado expresamente para aterrorizarla. Al saltar sobre las piedras con los pies desnudos apenas se oían sus pasos, era como si los sonidos de sus zancadas fueran secuestrados por el miedo. Parecía que intentara volar con su vestido recogido por delante con una mano y el otro brazo moviéndose hacia atrás y adelante para mejorar su impulso. Una oscura y desagradable sombra con nombre de demonio la perseguía pisándole los talones, intentando atraparla como la noche caza al día. Terpsícore afilaba la mirada mientras corría como si un leopardo le pusiera nombre al viento, vendiendo su alma por la huida. Por fin, el olor familiar de su jardín comenzaba a percibirse, una suave fragancia floral flotaba en el ambiente. Pero el vúgumol extendía sus garras intentando engancharla con sus largas y afiladas uñas, la tenía tan cerca... Un mechón de cabello de la musa se enganchó en una de las uñas de aquella nube de humo podrido que, afortunadamente, era tan afilada que al simple tacto lo cercenó. La bestia inmunda lo apostó todo a un último esfuerzo para conseguir su presa pero Terpsícore, musa del baile acostumbrada a la actividad física, no iba a venderle barata su piel. El Jardín de los Sueños se percibía en un horizonte cercano. Aquella sombra optó por cambiar de forma alargándose pero Terpsícore saltó, como quien se tira a la piscina de cabeza, y cayó rodando en una alfombra de hierba rodeada de flores. El espectro frenó en secó; si una pared de cemento se abriera ante sus ojos no le hubiera causado tanto efecto. Pero es que los vúgumols, cúmulo de sentimientos inmundos en descomposición, no eran inmunes al poder del aroma de las flores, tan denso en el Jardín de los Sueños que podía destruirlos.

—Por todos los dioses, Terpsícore ¿qué ha sido eso? —preguntó Talía, musa de la comedia, con una sonrisa en la boca—. Has estado tremenda —dijo arrancándose a aplaudirle dando palmaditas y saltitos como una niña pequeña.

—¿Dioses?... —acertó a decir casi sin resuello—. Esos ya no están para ayudarnos... —añadió con cierta dificultad.

—Pues yo me niego a invocar a los deuris, es por su culpa que estamos así —se quejó Talía, que se sentaba al lado con gesto cómico.

—He estado entreteniendo a Némoris con una danza clásica, pero cuando han llegado sus hermanos me ha despedido de mala manera para atender asuntos, escabrosos por lo poco que he podido oír. Ese vúgumol me ha sorprendido escuchando fuera de la Sala del Carpe Diem, es importante que nos reunamos todas. La cosa pinta mucho más fea de lo que pensaba, hermana. Nuestros días están contados —confesó la musa de la danza.

—Los deuris no permitirán que nos pase nada —pensó Talía en voz alta.

—¿Los deuris qué? —preguntó Clío al hallar a sus hermanas en plena discusión.

—Debemos informar a Écata —añadió Talía.

—¿Qué está pasando? —preguntó Clío sin enterarse de nada.

—Nada bueno, hermana. Los deuris están tentando su suerte. Nuestra suerte —continuó Terpsícore relatando su mal augurio.

—Te van a volver loca, Clío, otra vez van a cambiar la Historia —se mofó Talía.

—Ya será menos —dijo Clío—, ¿qué pueden hacer ellos contra la voluntad de Natura? —preguntó sin buscar respuesta, segura de que todas pensaban igual que ella.

—Te recuerdo, hermana, que Natura creó a los Dioses del Olimpo de la nada cuando solo existía el Caos, y los deuris los aniquilaron —se encaró Terpsícore.

—Pero Natura, creadora de la realidad, incluyendo a los deuris, los desterró como represalia —añadió Clío.

—Pues ahora van a ser los culpables de la extinción de los humanos —dijo Terpsícore.

—Voy buscando a nuestra hermana mayor para que prepare un nuevo libro —dijo Talía irónica mientras se alejaba de sus hermanas.

—Deja a Calíope en paz —le advirtió Clío.

—Tú misma, Clío, pero te vas a tener que hinchar de escribir una nueva versión de la Historia, sin la ayuda elocuente de Calíope vas a estar perdida como estrellas en el día —sonrió Talía.

—No se lo contéis a Melpómene, no quiero dramas. Por lo menos, por ahora, hasta que sepamos qué hacer —admitió Clío.

—Mejor contacta con Neray, es nuestra única opción —dijo Terpsícore.

—Eso, y de camino que meta las cabras en el corral a ese vúgumol vengantivo y rencoroso —concluyó Talía mientras se adentraba en el Jardín de los Sueños—, total, olerán mejor que él —dijo a lo lejos.

—¿El qué? ––preguntó Terpsícore.

––Las cabras mujer, olerán mejor que los vúgumol...

––Es su naturaleza, el vúgumol del la Venganza, su razón de existir —susurró Clío.

«Pues por mí que se vaya a existir donde no tenga que verlo más», pensó Terpsícore recordando su mugre aliento en las espaldas. «Si los deuris quieren algo de nosotras, que mantengan a sus perros sarnosos fuera de nuestro alcance. No habrá próxima vez», se prometió a sí misma mientras se colocaba a las espaldas un carcaj con extrañas flechas de vaina verde y plumas en forma de flores alargadas.

El Guardián de Tierra MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora