13. El secreto con olor a rosas

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Jules se había enfrascado en una riña absurda con su portátil en su rincón de Metainternet.

—¿Pero dónde demonios he dejado el archivo? —se preguntaba impaciente víctima del cansancio acumulado todo el día, que le hacía parecer de piel más clara aún.

El ordenador era táctil, transparente y sin bordes, por lo que en ocasiones, con lo despistado que era, tardaba un rato en dar con él. Como era flexible, la mayoría de las veces optaba por enrollarlo y ponerle una cinta elástica de color. Otras veces lo dejaba colgando de ese elástico de la estantería de la pared, pero siempre fuera del alcance de Estela, que solía borrarle la información intentando jugar a algo.

Como no encontraba su trabajo, abrió la barra de navegación y se puso a investigar su tema favorito: el cerebro humano.

«Nacemos con tantos millones de neuronas enganchadas todas entre sí que el propio cerebro debe ir encargándose de dejar de usar las menos útiles y reforzar las mejores. Así decide el cerebro dónde quitar carreteras para comunicar neuronas y dónde poner autopistas, con podas sinápticas que ocurren varias veces en la vida de una persona...».

—¡Bah! Esto ya me lo sabía yo. He bajado otra tontería al disco líquido —se dijo mientras revisaba lo último que había grabado.

«e-Memoria ¡La revolución! Si no se fía de su propia memoria puede usted hacer una copia de seguridad todos los días. Es fácil. Sin cables, sin instalación cerebral. Olvídese de los fastidiosos implantes y los postoperatorios. e-Memoria se adhiere a la base de su cerebro, una vez rapada la zona, aprovechando la electricidad de las neuronas para crear un campo magnético de atracción. ¡Increíble pero cierto! Solo es necesario la inyección de una microcápsula endodérmica. Pruébelo sin compromiso durante una semana. Solo administrable bajo prescripción médica...».

«Vaya, otro invento de la Sra. Nobel, esto es otra cosa. Si es que no para. No sé cómo le da tiempo. Está todo el día dale que dale. ¿No se le gastan las ideas? Fijo que también ha inventado algo para no tener que dormir porque, si no, no sé de dónde saca el tiempo». Jules se puso a recapacitar en que si lo usara no tendría que raparse su preciosa melena oscura y ondulada, cortada a capas, que le tapaba las orejas. Pensó en su compañero. Gabriel no se parecía nada a su madre. Ni físicamente ni en la forma de ser y, por lo que había visto en clase, era despistado y sin ningún interés por los estudios. ¿Sería adoptado?

«En fin. Seguro que en dos años estamos tan acostumbrados al e-Memoria como ahora al Metainternet. ¿Quién iba a pensar hace 6 años que Internet pasaría de ser una red universal de conexión gratuita a estar controlada, además, por un megaordenador que habla con tantos millones de personas a la vez? Que te conteste el ordenador es una pasada. Y ya el que se pueda permitir la proyección holográfica...».

Tan ensimismado estaba investigando que se le pasó la hora de cenar y se quedó dormido con el ordenador encima de tal guisa que envió un mensaje al primer contacto que pilló el gestor de correo, que no fue ni más ni menos que David Marlowe. Por suerte, solo era la dirección de la Panpedia en la que definía el concepto de amistad, enlace aleatorio que había aparecido al haber dedos que, pulsando teclas, buscaban descanso. El compañero, que podía haber interpretado de muchas formas el gesto, entendió que Jules pretendía darle una lección de lo que era la verdadera amistad así que, ni corto ni perezoso, contestó con tono airado sin dar más opción a su neurona que la de recibir afrenta donde no la había. Cuando Jules se despertó y observó la respuesta no entendía nada, así que reviso con detenimiento lo que había podido pasar y dio con el inicio del malentendido. Pidió disculpas explicando la situación pero Marlowe no creyó la verdad. Era más cómodo para su forma de ser dar por válida la afrenta. Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición.

Hugo, con sus microauriculares, bailoteaba con bastante ritmo alguna canción mientras consultaba Gorgeus. Su nariz, pequeña y liviana, era un puñado de pecas saltarinas que contrastaba con la corpulencia del muchacho. Entre medias, mientras seguía con sus certeros pasos rítmicos, buscaba sin éxito su e-Ringplay para echarse una partidita. Sabía que debería estar recapitulando obligaciones escolares, para ver si alguna no estaba concluida, pero las ganas de jugar eran más fuertes después de haber terminado con una clase de La leona loca.

Ana se colocaba unos cilindros transparentes en la punta del cabello que acababan enroscándose por voluntad propia hacia arriba mientras ojeaba FanManga. Los personajes de Triple V eran sus favoritos y llevaba el mismo estilo de pelo que la protagonista, Vendeta. Mientras se entretenía con la e-Revista le encantaba aspirar profundamente el olor que desprendían los cilindros, aunque ella siempre los mantenía apagados, la cromoterapia no era lo suyo. Tener colores dando vueltas en la cabeza la desconcentraba mientras leía y, como solo tardaba 10 minutos en hidratar el pelo y mantener el color, no necesitaba ninguna distracción más.

Vega había quedado con Toni, que pretendía traducirle sus apuntes de clase ya que escribía con numerosas abreviaturas.

—A ver, si es muy fácil, solo hay que traducir —decía Toni enseñándole una hoja con las claves.

—Jolines, Toni, echaría menos tiempo de cárcel si grabara las clases que traduciendo tanto jeroglífico —se quejaba Vega, probablemente por primera vez en su vida.

—No se puede, es ilegal —decía en tono condescendiente su amigo.

—Que sí, ya ¿"—x" significaba "—mente"?

—Sí, y "—α" significa "—miento", y "—η" significa "—ción" —aclaró Toni.

—Aha...

Gabriel, ya en la cama, haciendo acopio de valor, sacó la carta y admiró una caligrafía que le pareció de trazo firme y homogéneo, de experto. Intentó imaginarse de quién podría ser pero, una vez más, la sorpresa le aguardaba ese día. Al abrirla cayó unas hojas secas que no reconoció y algunos pétalos de rosa, algo que terminó de desconcertarle. La nota que albergaba en su interior, con el mismo trazo firme y claro, ligeramente curvado a la derecha, solo decía:

El Guardián de Tierra MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora