El Olimpo ardía sin remedio con las llamas azules de la muerte, las que mataban no lo vivo sino lo poderoso. La inmortalidad escapaba de los cuerpos de los dioses en forma de energía incontrolada que alimentaba más aún las llamas. Entonces ocurrió. Un ser monstruoso comenzó a formarse de las llamas, que iba absorbiendo a ráfagas de luz la energía de todo lo que le rodeaba. Los deuris observaban hipnóticos cómo el fuego consumía y arrasaba todo lo conocido parapetados en el Jardín de los sueños, lugar protegido de la devastación por todos los deuris que allí se refugiaron. No ardió el Jardín de los Sueños como tampoco lo hizo el Tártaro, donde nada podía arder. Ningún ser vivo quedó en aquel tétrico lugar, solo los deshechos de los monstruos más temidos y crueles de la historia del Olimpo. Así que nadie quedó allí, nadie siguió su lúgubre existencia en aquel abominable lugar oscuro, húmedo y rocoso, en aquel rincón inerte, tétrico y maldito.
Por lo que nada temió en su abismo la llegada de Natura, tan creadora como destructora, tan equilibradora como desequilibradora, tan capaz de albergar bondad como maldad. Si la realidad existía era gracias a Natura, la Primigenia, la que fue creciendo conforme la energía del mundo vivo aumentaba en la existencia. Ni buena ni mala, se encargaba de dar orden a la energía natural de los vivos tanto como a la energía artificial creada por el ser humano. Natura podía ser lo mismo luz, que fuego, que electricidad que un campo magnético. Que todo, que nada. Era el cúmulo de esa chispa que todo ser vivo compartía, era la esencia energética de lo existente, de la realidad se nutría y a la realidad daba entidad. Porque la vida es energía, que ni se crea ni se destruye, solo se transforma.
En el Origen de los Tiempos solo Natura existía y, cataclismo tras hecatombe, aquella criatura ancestral, más antigua como los cimientos de la Tierra, fue enderezando lo imposible hasta encauzar la energía para que fluyera en equilibrio por toda la existencia. Cuando milenios después el Olimpo sucumbió a la destructora envidia de los deuris, como reloj que marca la Extinción, Natura fue convocada por el ángel custodio, una vez más.
Cuando el fuego se extinguió en el Olimpo no quedaron cenizas ni humo, todo había sido absorbido por el Tártaro. Pero aquellas no eran cenizas de dioses, eran cenizas de humillación, rencor, odio y venganza y allí, en lo más profundo de la miseria olímpica, fue macerando hasta cobrar vida. Así nacieron los vúgumols.
El Olimpo había sido destruido por completo, en su lugar quedó un desierto eterno de arenas rojizas donde aún permanecían en pie sus monumentos de piedra, aunque deteriorados como si dos o tres eternidades se hubieran empeñado en erosionar su contorno. Así los conservó Natura, en ese mismo instante, lo que dura la luz desde que amanece hasta que atardece, eternamente desmoronándose sin llegar a consumirse, eternamente de día.
Aniquilados los dioses, Natura vio que el hombre estaba indefenso ante la superioridad de los deuris, así que separó el mundo humano del desierto rojizo en el que se había convertido el Olimpo mediante Tierra Muerta, campo neutral donde aún persistía el poder de Natura de forma estable, capaz de robar la energía de los vivos hasta matarlos o volver mortales a los deuris.
Y Allí apostó a Furia Oscura.
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El Guardián de Tierra Muerta
Teen Fiction¿Cómo sería tu vida si tu madre fuera Premio Nobel porque ha descubierto cómo manipular la energía de todas las cosas? Hijo de una multimillonaria, despistadísima y poco accesible madre. Pero, además, el Guardián de Tierra Muerta, Furia Oscura, y su...