01 | LA TRAGEDIA

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Odiaba los velorios.

Odiaba el olor a los arreglos florales que regalaban en el día del velorio. Odiaba el ambiente triste y desolador de un velorio. Pero sobre todo, odiaba el silencio sepulcral que reinaba en un velorio.

Aunque este era diferente.

El suave sonido de «Take my breath away», de la película Top Gun, sonaba por los altavoces de la casa a un volumen bajo.

Era la película favorita de Susan Foster, y dado que estábamos en su casa, era obvio que sonaría su canción favorita en el mundo.

Todos parecían dolidos, extrañados y muchos con aspecto cabizbajo mientras se saludaban frente a mí. Apreté el brazo de mamá mientras nos acercábamos a los familiares de Susan Foster para darles las condolencias de su muerte. Había sido una tragedia total su fallecimiento, el cáncer había acabado con ella. A mi madre le cayó como un balde de agua fría, saber que su mejor amiga de la universidad lidiaba con esa enfermedad puso su vida patas arriba.

En muy pocos meses el cáncer acabó con ella. De verla tan bien, tan llena de vida y sonriente, se fue convirtiendo poco a poco en una cáscara de lo que solía ser. Y todo terminó ayer, cuando dio su último aliento de vida.

La vida era demasiado fugaz. En un momento estabas, en el siguiente ya no más. Éramos efímeros, como una flor que se marchita cuando dejas de regarla, o cuando el sol le da directamente y la mata. Así éramos nosotros, como aquella planta que muere cuando la dejas de cuidar.

El entierro ya había sucedido hacía unas horas y ahora nos encontrábamos en la casa donde vivía la tía Susan junto a su hijo. Era una pena saber que ahora la casa estaría vacía, que sus plantas favoritas ya no serían ciudades con tanto esmero como ella lo hacía, la cocina estaría vacía en su ausencia y todos los retratos con su fotografía solo quedarían como recuerdo de lo que una vez fue.

Mi madre y la tía Susan se conocieron en la universidad y se hicieron amigas de inmediato al congeniar demasiado bien. Ambas se casaron y tuvieron su propia familia, pero también ambas perdieron a sus maridos y se quedaron con sus hijos. Mamá me tiene a mí y yo la tengo a ella, había sido así desde que era una niña pequeña, pero Jayden Foster ahora ya no tiene a nadie.

Su hermana se suicidó, su padre falleció, y ahora, su madre también. No entendía por qué le pasaba todo eso a él, pero era obvio que la vida lo estaba golpeando nuevamente con otra pérdida más.

Mientras lo veía de lejos, noté su rostro duro, marcado por el enojo. Su mandíbula estaba fuertemente apretada, no sabía si por rabia o por tratar de no romper a llorar allí, frente a todo el mundo.

A pesar de conocernos tantos años, no éramos cercanos. Yo era cercana a Mía, su hermana mayor, pero cuando ella murió dejé de venir a esta casa, y por lo tanto, dejé de frecuentarlo. Solo lo veía en la secundaria, pero nunca más crucé palabra con él.

Siempre parecía seguirme con la mirada cuando nos cruzábamos en el pasillo, pero jamás le di importancia. No soportaba a Jayden, era un total engreído con índoles de ser el mejor en todo, era arrogante y muy pomposo, se creía el mejor solo por haber sido nombrado el capitán del equipo de fútbol.

Pero lo entendía.

En aquel momento lo tenía todo. Dinero, una buena familia que lo quería, una novia a su altura y, por supuesto, fama en la secundaria. Todo se fue a pique cuando falleció su hermana Mía. Se alejó de todos, se encerró en una burbuja de odio y todo lo que una vez conquistó en la secundaria se fue a pique.

Sus notas bajaron, sus amigos se alejaron, su novia lo dejó y su familia se hundió en la depresión.

Recuerdo a mi mamá ir todos los días para sacar a Susan de la cama, porque estaba tan dolida que ni siquiera quería salir de su habitación. Fue una época demasiado difícil para todos. Susan perdió una hija, Jayden perdió una hermana, mi mamá perdió una sobrina y yo perdí a mi mejor amiga.

El motivo de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora