VII

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Duelo por la verdad

Kioshi

Si Alei quiere jugar, bien. Dos pueden jugar el mismo juego, pero lo que él no sabe es que yo lo sé jugar mejor...

Sé reconocer un ángel por mucho que esté disfrazado con ropa de demonio, lo que no sé es porqué Alei no las mató, o mejor pregunta, ¿Fue él quién las trajo aquí? No tengo idea, pero todo apunta a una respuesta.

Sí. Alei es el que las trajo aquí y no para mostrarle sus cabezas a Padre. Incluso los oí hablando de aliados. La chica más grande tenía un parecido inmenso con la princesa ángel ahora que lo pienso bien.

Ella debería estar muerta, pero Alei falló ese día que atacamos el castillo. Jamás me dijo porqué falló... ¿Qué pudo haber pasado fuera de mi vista? ¿Porqué no me lo contó? ¿Tal es su desconfianza?

No sé nada de eso, pero lo voy a averiguar. Alei Kusume, haz cometido el peor de tus errores en tu vida. Jamás debiste haberme subestimado.

Los días pasan y yo prefiero no dirigirme a mi hermano, porque cada vez que intento hacerlo me carcomen las ganas de golpearlo como jamás he golpeado a nadie. De asfixiarlo hasta que me diga la verdad. De torturarlo con todos los métodos existentes y por existir hasta que se arrepienta, pero entonces recuerdo que, muy en el fondo de mi alma, es mi adoración, mi creación.

Mi creación. No de padre, no de madre. Mía. Porque cuando Padre lo dejó aprender a defenderse a su suerte, yo lo entrene, yo. Cuando madre tenía tanto miedo de lo que padre pudiera hacerle por alimentarlo, yo lo alimenté. Cuando ambos le dieron la espalda, yo lo ayudé a seguir.

Por eso Alei es mi creación. Por eso me desgarra tanto su traición, pero eso mismo es lo que me impide darle una paliza ahora mismo.

Sé que Alei tiene otros planes para nuestro reino, y no son malos, de hecho es un buen pensamiento. El pensamiento de un rey hecho y derecho —como diría mi madre— y por eso mismo no me molesta que él sea el que llegue al trono. Después de todo, no puedo cambiar nuestras reglas de siglos así como así. Así ha sido todos estos milenios. Los hombres reinan y las mujeres escuchan órdenes y las cumplen. Sin excepción.

Ahora, sé que mi hermano no me diría la verdad ni aunque le amenace con cortarle la lengua. Para él sería mejor, para no tener ni con que hablar, así que tengo una mejor idea.

Ahora mismo él está entrenando. Lo hace a diario, sea cual sea la hora. No tiene una hora definida nunca, por lo que salgo al campo de entrenamiento y ahí está, arrojando y golpeando cosas sin piedad. Para eso lo entrene.

Tiene músculos definidos y el cabello le suda tanto que ese sudor le escurre por toda la cara y cuello. No tiene puesta la camiseta porque dice que le es molesto. Pero él no sabe que se ve asqueroso así. Al menos para mí, las sirvientas y niñitas chismosas de alrededor parecen disfrutar el espectáculo, porque están babeando por él.

—¡Alei!— le grito para que se detenga y me escuche.

—Hermana, ¿Qué pasa?— se detiene y baja lo que hace un momento cargaba sobre sus hombros para arrojarlo lo más lejos que pudiera.

—Ven aquí.— hago una seña con mis dedos para indicarle que se acerque a mí.

Cuando finalmente está frente a mí, pregunta.— ¿Necesitas algo, hermana?

—Golpearte hasta morir...—murmuro, pero parece que ha logrado oírme.

—¿Perdón?

—Retarte, Alei, retarte a un duelo.

En secreto...      [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora