XI

15 3 0
                                    

Una segunda alianza

Maia

Anoche fue muy complicado todo.

Kaia regresó aturdida, inquieta y su rostro estaba pintado con gestos de horror y angustia, pero Padre, al contrario de mi hermana, parecía orgulloso, su sonrisa era enorme y tenebrosa...

Tuvimos que esperar horas a que Kaia se tranquilizara para que pudiese hablar y explicarnos todo por sí misma. No fue hasta las horas de la madrugada que entendimos lo que estaba sucediendo. Kai había matado a más de la mitad de los invasores sin desearlo. Eso era lo que mantenía tan feliz a papá...

Pero ella está aterrorizada, no sé porqué. Como futura reina, se esperaría que fuera un motivo de orgullo para ella, como lo es para padre, pero su reacción no es esa. No durmió en toda la noche.

Lo sé porque al verla bajar a mi lado por las escaleras, noto las ojeras ligeras que se han marcado debajo de sus párpados y su andar un poco encorvado que busca mantenerse en pie con cada paso torpe que da. Su mirada pérdida y cabello revuelto, me indican que no sólo se saltó el cepillado, sino que, efectivamente, no ha dormido en horas.

Intento no tocar el tema y preocuparla más, porque se nota que está intentando disimularlo, aunque es en vano, pues al llegar, la irritante voz de Miralí arruina todo. Como siempre.

— ¡Por el Dios de la Creación! Kaia, ¿estás bien, querida?— finge preocupación frente a papá. Es raro que él se digne a comer con nosotras, pero no importa. Mi desprecio está fijo en Miralí por ahora, pues detrás de la mano que le cubre la boca, oculta una sonrisita de satisfacción. Esa sonrisita que todas nosotras queremos quitarle, así sea a golpes.

Pero mantenemos la compostura, porque no nos rebajaremos a su nivel, y tampoco somos asesinas.

—Buenos días, Miralí.

Contesto por mis hermanas, que se limitan a mirar con recelo a nuestra madrastra, excepto Nule, que simplemente la evade. Le he arruinado el jueguito a esta mujer y ahora me frunce el ceño en respuesta, aunque solamente logra darme satisfacción como la que ella sentía hace un momento, esa satisfacción de saber que la callé con elocuencia y palabras, no con actos crueles y sangrientos, como los que tuvo que presenciar Kaia ayer.

La mano de mi hermana gemela, Anna, me saca de mis pensamientos y me indica sentarnos a la mesa, no sin antes reverenciar a padre y su mujer debidamente.

—Buenos días, Padre— reverenciamos todas en su dirección— Buenos días, Miralí— esta es sin duda la peor parte de la mañana, pues debo reverenciar a una mujer que no merece ni mi respeto ni el de mis hermanas, mucho menos el de cualquier otra persona.

Nos sentamos al fin, recogiendo desde atrás nuestras faldas mientras caemos con delicadeza sobre las sillas, hasta que el blanco y sedoso mantel bordado de finos símbolos cubre nuestras rodillas. Los mayordomos y doncellas no tardan en llegar con bandejas plateadas y relucientes que transportan el desayuno en platos pequeños, medianos y grandes, con un paso acelerado pero firme. Otros entran con más cautela, porque llevan vasos, tazas, jarras y teteras en sus manos, y si llegasen a dejarlas caer por error, Miralí hará un escándalo y en el mejor de los casos, los obligará a recoger cada trozo de cerámica y vidrio con sus propias manos hasta verlos desangrar o los despedirá, dejándolos sin trabajo ni dinero que llevar a sus pobres familias, en el peor de ellos.

Cuando todos tenemos nuestros platos y bebidas frente a nosotros, agradecemos con un gesto al asentir en silencio, ellos hacen una reverencia que deben prolongar por al menos cinco segundos, sin establecer contacto visual con ninguno de los presentes en la mesa. Es un protocolo de cortesía, que de cortés no tiene nada, pues es como decirles indirectamente: "Ustedes jamás estarán a nuestro nivel, deben conformarse con servirnos y sentirse agradecidos por recibir una mísera paga si es que la reciben, así que no se atrevan a dirigirnos siquiera la mirada."

En secreto...      [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora