XII

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Perdón...


Kaia


Un día y medio de lamento fue suficiente. No puedo permitirme seguir aquí, llorando por un error que no debí cometer. Debo pedirle perdón a Alei.

Estoy segura de que me odia de nuevo, igual que el día en que lo conocí. Tal vez más que aquel día, después de todo, me he convertido en una asesina de su gente. Asesina... esa palabra no ha dejado de llenar mi cabeza, acompañada de los horrorosos recuerdos de la sangre chorreando, los cuerpos tendidos en el suelo, sus miradas vacías, su corto y a la vez eterno grito de dolor de cada uno de ellos. La simple idea de convertirme en los siglos de legados asesinos de mi familia que estoy intentando dejar atrás me revuelve el estómago en sobremanera, por lo que evadí el desayuno en el comedor y pedí a una doncella que me lo trajera a la habitación.

Mis pensamientos sólo me han causado un terrible mareo que no me ha dejado levantarme de la cama desde que abrí los ojos. No quiero ni verme al espejo, porque tengo la seguridad de que mis ojos estarán maquillados naturalmente con unas ojeras terribles, por las horribles pesadillas que he tenido dos noches seguidas, donde las almas de esos hombres me persiguen hasta hacerme sufrir el mismo destino... Mi cabello estará esponjado, desaliñado y hasta grasoso. Tendré cara de muerta viviente por no haber comido apropiadamente desde lo ocurrido —siendo que ya de por sí, las princesas no podemos comer mucho, para mantener una figura esbelta y atractiva, que por supuesto, no todas desean, pero indudablemente todas envidian—. Sin duda, la pesadilla de cualquier otra noble sin mis preocupaciones.

El Sol me cala en los ojos, que aún no he abierto bien y termino por cerrarlos de nuevo. Estos últimos días han estado llenos de recuerdos para todas... No es de extrañar, madre murió por estas fechas y aún ahora, seis años tras su partida, es doloroso. La muerte de una madre siempre será dolorosa, y lamentablemente, nos educaron para ser damas, no para aprender a dejar ir a nuestros fantasmas. Por eso no sabemos cómo hacerlo...

Cada rayo de Sol, cada mínimo rastro de calor en el Castillo, cada sonrisa de mis hermanas, todo ello evoca el espíritu de mamá. Todo hace tan complicado dejarla ir... dejar ir sus recuerdos, sus risas, el brillo de esperanza en sus ojos, sus abrazos, su melodiosa voz que nos arrullaba cuando éramos más pequeñas...

Francamente, no sé qué debería preocuparme más: ¿El constante recuerdo de mi madre que nos impide seguir o que Nule sea la única que no la recuerde? Ella era muy pequeña cuando sucedió. De hecho, tuvieron que mentirle, le dijeron que mamá tenía una cama nueva —su ataúd— y que solamente la estaba probando. Se llevaron a mi pequeña hermanita de entonces seis años, vestida de negro sin saber por qué, a una habitación donde ella no pudiese ver el rostro dormido de la reina suicida.

No fue sino hasta que cumplió los diez años que comprendió lo que había sucedido. Durante cuatro años le ocultaron la verdad. Una princesa que le llorase a su madre tantos años no era para nada lo que papá necesitaba. Ni necesitará. Sin embargo, aquí seguimos: tres de sus cuatro hijas siguen llorando en silencio la muerte de la reina, y lo harán por la eternidad.

—Buenos días, su Majestad. Traigo su desayuno— la voz de la doncella al otro lado de la puerta me hace reaccionar de una buena vez. Indirectamente, me está pidiendo permiso para pasar.

—Adelante.

No media palabra conmigo mientras sirve mi desayuno sobre la pulida y reluciente bandeja que sostiene los platos que ella pone de uno a uno con suma delicadeza. Cierra el acto con una taza que rellena finamente con té. El aroma de éste se me cuela por la nariz.

En secreto...      [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora