Hades
—Ocultarte de mí solo me pone más duro. — me moví y abrí las piernas ligeramente, dejándole ver la dura longitud de mi polla golpeando contra mis pantalones.—Eres tan inocente, no queriendo que papi vea esos pequeños pechos perfectos.
—Ahora, dulzura, esto es lo que va a pasar. — Tomé otro trago largo y la miré por encima del borde. —Voy a hablar. Tú vas a escuchar. — Sus mejillas se volvieron rosas por el enojo, pero mantuvo esa bonita boca cerrada. —Vas a hacer todo lo que te diga sin tonterías, sin retractarte. — Sus ojos se abrieron de par en par y su boca se abrió. —Y voy a ver cómo obedeces.
— ¿Perdón?— Una mirada de asombro se arraigó en su rostro. El destello de desafío en sus ojos hizo que mi polla palpitara en respuesta. Ella era fuerte, pero yo era más fuerte. Y ambos sabíamos que esto era lo que ella quería y necesitaba. Pero agradecí la pelea que me dio. Me excitaba más.
—Y vas a ser una buena chica y darme esto porque en el fondo, quieres complacerme.¿Entiendes?
Abrió la boca y la cerró repetidamente. Mi chica se quedó sin palabras. Corromperla se va a sentir tan jodidamente bien. Ojalá Zachariah estuviera aquí para verlo. Pero cuando ese pensamiento se me metió en la cabeza, se esfumó rápidamente. Las cosas estaban cambiando, cambiando, reorganizándose por completo dentro de mí de forma tan profunda que no me sentía yo mismo cuando estaba cerca de ella. Había querido utilizarla, arruinarla para cualquier otro. Quería que se aferrara a mí, como si yo fuera el aire de sus pulmones y la sangre de sus venas. Lo único en lo que podía pensar era en dejarla fría, con el corazón roto y sin dinero. Y no había planeado mirar atrás. Pero ahora... ahora nada de eso tenía sentido.
—Vamos, Bunny. — le dije. —Muéstrale a papi lo perfecta que eres. — Sus mejillas se volvieron rosadas por la vergüenza.
Pasé los dedos de un lado a otro del reposabrazos de cuero. Estaba excitado, tan jodidamente ansioso por ver hasta dónde podía empujarla.
—Nunca he estado desnuda delante de nadie. — susurró Persephone con voz asustada.
—Oh, querida. — dije con una sonrisa, mi excitación por su miedo a lo desconocido aumentando. —Eso cambia aquí y ahora. Enséñale a papi lo que es suyo.
Después de decirle a Persephone que se quedara y se desnudara, pasó un largo minuto de silencio. El único sonido que llenaba la
habitación era el del fuego lamiendo los troncos de la chimenea. Me recosté en la silla. Había estado esperando este momento. La sola idea de tenerla a mi merced, de que hiciera lo que yo dijera sin dudar, me hacía palpitar mañana y noche. Joder, ni siquiera eso era suficiente para saciar mi necesidad de ella.Estaba constantemente duro, con la polla a media asta hasta que estaba en la intimidad. Y entonces el cabrón se puso duro como una roca, sabiendo que era el momento de aliviar algo de la presión mientras fantaseaba con Persephone y lo que estaba a punto de hacerle hacer.
Se quedó mirándome, con los ojos muy abiertos, la larga caída de su cabello oscuro cayendo en cascada sobre sus hombros. Tenía miedo. Era como un afrodisíaco para mí. Las puntas de su cabello aún estaban húmedas por la ducha, con suaves ondas enmarcando su rostro.Y respiraba con dificultad, las apretadas cuentas de sus pezones se clavaban en el raído jersey que llevaba. Yo ya estaba duro, más duro de lo que recordaba haber estado en mi puta vida. ¿Quizás necesitaba un poco de inspiración, un pequeño empujón?
Sin decir una palabra, me levanté y me dirigí a mi escritorio, abrí el gran cajón del fondo y saqué el regalo que le había hecho aquel día que habíamos ido de compras. O tal vez fuera mi regalo. Al fin y al cabo, era yo quien más lo iba a disfrutar. Cuando volví a sentarme en mi silla, relajado, contento de observarla, le tendí la caja marrón con la letra blanca garabateada en la parte superior. La miró por un segundo, con las cejas fruncidas en señal de confusión, antes de tomarla con vacilación. Y cuando vio la marca garabateada en la parte superior, sus cejas se elevaron hasta la línea del cabello.
— ¿Qué es esto?
Sonreí lentamente y dejé que esperara antes de responder, dejando que se preguntara qué iba a decir.
—Necesitas que alguien te controle, Bunny. Necesitas que yo tenga el control para que no tengas que pensar. Solo tienes que sentir.