Hades

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Me negué a mirarla después de lo que acababa de decir. No quería su compasión, no quería su pena. El niño que había sufrido ese abuso ya no existía. Murió hace mucho tiempo en aquel almacén abandonado con moretones y cortes cubriendo su cuerpo. Y de las llamas de ese tormento, se creó un demonio. Puede que siga siendo de carne y hueso y pueda sangrar, magullar, pero había construido un muro a mi alrededor en el que nada ni nadie podía tocarme.

Era la única manera de sobrevivir.

— ¿Tomaste represalias?

Su voz era suave en la oscuridad. Yo seguía de pie junto a la ventana, negándome a acercarme, a mirarla. Porque sabía lo que vería. Su mirada tendría empatía. Y eso me enojaría. Cerré las manos con fuerza y sentí su mirada sobre mí, recorriendo cada una de las cicatrices que cubrían mi cuerpo.

Cerré los ojos mientras pensaba en todas las veces que había intentado ir tras Zachariah. —Mantén a tus enemigos cerca. — murmuré. — Mi hermano era inteligente, el bastardo. Así que esperé. Observé. Pero empezó a descuidarse, a ser descuidado. Las grietas se mostraban, las grietas en lo que hacía en la oscuridad. Así que indagué más, y me di cuenta de que estaba estafando no solo su dinero, sino también los fondos de la empresa. — Rechiné mis molares traseros. —Podría haber acabado con él, destruirlo con todo eso. Y lo habría hecho. Lo había planeado. Quería que sufriera, que se quedara sin hogar y en la indigencia antes de asestarle el golpe final.

Dejé que esas palabras quedaran suspendidas entre nosotros, que se asentaran. Ella tenía que saber el puto monstruo que era realmente.

—Todo lo que corría por mis venas era venganza.

—Tú... eres la razón... — La mirada en mi cara debió asustarla, porque se movió hacia atrás en la cama y acercó la sábana a su pecho. Como si eso fuera a alejarme de ella. Como si algo en este puto planeta pudiera alejarla de mí.

—Los accidentes no son mi forma de hacer las cosas, nena. No, mi represalia habría sido en forma de venganza despiadada. Y ya que se ha ido... tú eres la siguiente mejor opción. Porque herirte a ti lo habría arruinado.

Me pasé una mano por la cara, sintiéndome de repente agotado. ¿Cuándo habían cambiado exactamente mis planes en lo que respecta a Persephone?

—Sabías que había algo que no estaba bien en todo esto. No solo eres hermosa, sino también inteligente. Vamos, dulzura. — Podía ver su mente trabajando mientras unía las piezas.

Estaba cada vez más enojado. Ella era demasiado buena para mí, pero yo era demasiado egoísta para dejarla ir. Me odié a mí mismo, la odié por hacerme sentir cualquier cosa menos rabia y la oscuridad con la que siempre me había reconfortado. Me desahogué. Era mi defecto. Y el hecho de desnudarme, de contarle cosas que me hacían vulnerable, conjuró en mí tanta ira que quise destrozar esta habitación.

—Lo sabía, pero...

—Es más fácil fingir que nadie quiere hacerte daño, dulzura. — gruñí esas palabras y me acerqué a ella, odiándome a mí mismo, a esta situación y a estar tan jodidamente desnudo ahora mismo.

Negó y cerró los ojos.

—No puedes fingir que no está delante de tu puta cara.

Me habían moldeado y formado en el monstruo que era, una máquina que destruía. Incluso si eso significaba mi propia... felicidad. Como si una criatura como yo pudiera ser feliz, pudiera merecer esa emoción esquiva.

—Tu padre se merecía lo que le pasó. Ojalá hubiera podido verlo sufrir.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, la luz de la luna se reflejó en ese brillo antes de que una gota gorda rodara por su mejilla.

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