Persephone

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Estaba mirando el fuego y, para ser sincera, no recordaba haber conducido desde la fiesta hasta la casa de Hades. Cuando volvimos a la casa, Hades me llevó a un baño -el suyoque estaba unido a un dormitorio. Me preparó una ducha caliente. No me había dado cuenta de lo mucho que había necesitado eso hasta que me dejó sola y me puse bajo el chorro. La había puesto lo más caliente que podía soportar, lavando el sudor y la bebida y el grosor asquerosamente extraño que me cubría.

Me había puesto unos leggings suaves y un jersey de gran tamaño, y aquí estaba, sentada en el sofá de cuero de la biblioteca mientras el sonido de las llamas crepitando sobre la madera me llenaba la cabeza y ahogaba todo lo demás. Llenaba el vacío. Podía sentir que Hades me miraba fijamente, pero no lo miré. La manta que me había envuelto era suave. De cachemira. Pasé las yemas de los dedos por el borde donde estaba cosida una tira de seda.

—Cuando era más joven, me aterrorizaban las tormentas eléctricas. — pasé los dedos por la seda. —Mi padre había estado fuera durante dos semanas por negocios. La noche que volvió, hubo una tormenta horrible. — Me quedé mirando esas llamas, recordando esa noche vívidamente. No sabía por qué. No era diferente de cualquier otro momento.

—Estaba acurrucada bajo mi manta. Era tarde, pero no podía dormir porque los truenos eran muy fuertes. Mi padre entró y me mostró la manta de lana que había traído de Irlanda.

Recordé lo azul que era. Cobalto, la llamaba.

—Era muy rasposa, pero tenía un ribete de satén alrededor que era muy suave. Me abrigaba y me decía que cuando estuviera asustada e inquieta pasara los dedos por el borde, que eso me calmaría. Y eso hice ahora, con las yemas de los dedos patinando sobre la seda. Pero esta manta no era pesada ni rasposa. No era gruesa como la de mi infancia.

—Me acurrucaba dondequiera que estuviera, sintiéndome segura y protegida porque tenía esa manta a mí alrededor. Era como si nada pudiera tocarme. — Juré que podía sentir su peso a mí alrededor, y sonreí. —Había dos cosas en mi vida que me recordaban mucho a mi padre. Esa manta y esta caja antigua pulida que él apreciaba. — Sentí que un escalofrío me invadía de repente y miré a Hades.

Se había quedado quieto y en silencio desde que habíamos vuelto, pero aún podía sentir la energía oscura que desprendía. Se había servido un vaso de licor y me dio uno a mí también. Miré fijamente el vaso de corte cuadrado que descansaba en mi regazo. El líquido de color ámbar de su interior parecía brillante y vivo por la luz del fuego.

—Nunca entendí por qué mi padre amaba tanto esta cajita. Era hermosa, pero una cosa diminuta. No tenía nada de especial, desde luego no gritaba que fuera cara como el resto de los objetos que teníamos en la casa. — Podía ver esa caja tan claramente en mi mente.

—Estaba hecha de tres tipos diferentes de madera y estaba tan pulida que brillaba cuando la luz del fuego la golpeaba.

Sentí que mis cejas se fruncían al pensar en cómo había pasado sus dedos por la parte superior y luego por el candado dorado de la parte delantera.

—Le pregunté más de una vez qué había adentro, y solo me dijo que era algo precioso, baratijas de su pasado que lo hacían sentir bien, que le recordaban recuerdos que nunca quiso dejar escapar. Se lo había transmitido su padre, así que supongo que era algo sentimental en todo el sentido de la palabra. — Me llevé el vaso a los labios y tomé un pequeño sorbo. El alcohol me quemó la lengua al deslizarse por mi garganta. Pero me sentí bien, esa incomodidad. —Imaginé que había flores secas en su interior, tal vez un guijarro que había pisado al caminar por la costa. Pequeños trozos de experiencias que recogió a lo largo de su vida.

Me miré las manos y me retorcí los dedos.

—Quise traerme la caja cuando me vine a vivir contigo. Pero no pude encontrarla. Supongo que se mezcló con todo lo que estaba pasando y se extravió. — Me encogí de hombros. —Supongo que realmente no importa. Son solo cosas materialistas. Lo único importante son los recuerdos a los que te aferras, ¿sabes?

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