CAPÍTULO 4. Un gran cambio, un nuevo lugar.

36 3 1
                                    

Tomaban carrera, unían las manos para pegar el gran salto, comenzaban así el vuelo de sus vidas con bastante vientos en contra, con la esperanza de que pedían en cualquier momento se pondría a favor.

Una nueva vida, ya elegida... Convencidos de haber tomado la decisión correcta y hecho la mejor elección.

El cambio de lugar trajo consigo otros hábitos, distintas creencias y estructuras, tenían hasta que readaptar la forma de caminar, no podían andar a paso lento por la acera sino la gente se los chocaba, apretujaba y trasladaban a su ritmo.

Se tenían que adaptar a que muy pocos respondían a los ¡buenos días!. O que alguien les preguntará ¿Cómo están?, era un mundo diferente al que habían conocido, estaban viviendo una de las más difíciles experiencias por las que pasa un ser humano; adaptarse al entorno y los cambios.

La vida cambiaba, el amor se incrementaba, crecían en edad, experiencias y aprendizajes.

Pasaban por duros momentos y situaciones que a muchos hubieran hecho bajar los brazos pero a ellos no, se habían propuesto seguir sin detenerse y así continuaban volando juntos, ala con ala.

Ante cada nuevo desafío la relación se afianzaba, intentaban comprenderse, acompañarse y hacían aquello que trae triunfos a la vida, tomaban decisiones.

No permitían que las oportunidades se les pasaran ni que la vida decidiera por ellos. Recibían en gran medida todo lo que daban, eran personas transparentes, generadores de confianza, por lo que a cada instante se presentaban situaciones y personas que los ayudaban a seguir hacia la meta.

Los primeros años no solo eran de adaptación, también servían para conocerse, entre ellos y a sí mismos.

Eran años de estar solos, pasar meses lejos de la familia y los amigos, sentían la lejanía y fuerte sentimientos de extrañar pero con la seguridad de que lo elegido era lo mejor para sus futuras generaciones.

Cuando uno se aleja del sitio en el que nació y creció la soledad es la principal compañera, se dejan atrás las charlas con amigos o familia, las personas que recién se conocen no pueden compensar aunque lo quieran la compañía de aquellos que siempre estaban.

El primer año vivían en una hermosa quinta, llena de árboles y mucho verde, todas las carencias materiales eran compensadas con la paz y la tranqilidad del lugar.

Disfrutaban de cálidas y soleadas tardes de sol, se sentaban bajo los árboles, compartían mates y largas charlas. La música seguía siendo la fiel compañera, el contacto con la naturaleza aliviaba las horas de viajes en colectivos y el bullicio de la ciudad; realmente disfrutaban de su pequeño paraíso.

Conocían personas solidarias e infinitamente generosas. Sí, vivían situaciones difíciles, seguro. Momentos en los que pensaban en bajar los brazos y desistir, situaciones que hacían que se replanteará si eso era lo que deseaban e iban a poder soportar.

Tiempos en donde no tenían qué comer, o contaban las monedas para poder viajar. Pesé a todo, seguían adelante, juntos, unidos cada vez más.

Nadie diría que no vivían momentos de tristeza y soledad, los había y muchos; esos momentos los hacían fuertes, les otorgaba templanza.

Las familias a la distancia los acompañaba, más de una vez pero la experiencia era única y personal. Eran experiencias que se podían contar y comprender solo cuando es vivida, aún así transmitían todo lo que podían a quienes les preguntaban si era difícil, si se podía. Pensaban siempre que podían, por eso avanzaban, todo el tiempo y a pesar de todos.

Un caluroso febrero, pleno verano, llegaba la oportunidad de mudarse a otro lugar, no tan alejado del centro de la ciudad, un bello lugar donde también había mucho verde, árboles y buena gente. Otro cambio, otro comienzo, otra mudanza, un nuevo empezar.

Pasaban los años y habían afianzado la pareja, llegaba el momento de decidir dejar de ser dos y agrandar la familia, el afuera y las estructuras les decían: ¡Todavía no tenían la casa propia! ¿Les convenía estudiar primero!, como venían haciendo, escuchaban los sentimientos y pedían a Dios que si era el momento los colmará con la bendición de un hijo.

No se había hecho esperar y llegaba la primera de tres hijos; comenzaban la ardua tarea de aprender a ser padres; esto no se traía aprendido, se nace hijo se aprende a ser padre.

Pasaban los meses... Una sofocante noche de Noviembre llegaba a sus vidas una personita muy especial, una maestra con todas las letras... Florencia sería sin lugar a dudas quién marcaría la diferencia en su evolución.

Victoria y ella pasaban mucho tiempo juntas, disfrutaban de todo lo que se presentaba, sufrían o lloraban cada vez que las cosas se ponían difíciles.

Crecían juntos y también crecía la familia, tres años desde la llegada de la primera irrumpida el príncipe de la casa, que los enamoraría a todos con sus increíbles ojos azules, Agustín era un regalo buscado y un ser que dejaría huella en el mundo, esa frase había usado un señor extraño que los había cruzado en la calle cuando él era pequeño.

Lo que había comenzado como un lejano proyecto, ya no era tanto, porque se iba a transformar en familia.

Crecían y disfrutaban tanto de que Ángel los llevaba casi todas las tardes largas horas a jugar a la plaza, tenía la inmensa paciencia para enseñar a atar cordones, andar en bicicleta sin rueditas, estaba presente en todos y cada uno de los momentos de sus vidas, incluso en los pequeños.

Ella sentía que la tarea de ser madre era sencilla, el alma tenía la capacidad adquirida, el aprendizaje lo traía de otras vidas.

Tiempo atrás alguien le había dicho que tenía un alma muy vieja, con muchas vidas de madre, de ahí la capacidad de criar fácilmente a los hijos, de adoptar como hijos a todos aquellos que se cruzaban en el camino, desorientados o pérdidos.

Cuando Flor tenía cinco años y Agustín tres Dios los llenaba con una nueva bendición, llegaba para completar la familia Abril, pisciana, una pequeña de enormes ojos e inmensa sonrisa. La pequeña sería la alegría del hogar, traviesa e inquieta, todo un cascabel, iluminaba todos los días, no había preocupaciones si ella te tomaba de la mano y sonreía.

Las decisiones los llenaban todo el tiempo de felicidad, podían disfrutar de una vida elegida, mientras los hijos crecían ella internamente sentía que había algo más que faltaba.

Había un vacío que no era nada comparado con el inmenso amor del que disfrutaba con la familia. Era una época de alegrías, también de esfuerzos y sacrificios, hechos con mucho gusto, era lo que habían elegido, y de lo que jamás renegarían. Las quejas tenían que formar parte del pasado, para no atraer más situaciones de las que quejarse, eso lo habían aprendido.

¿Quieren saber qué pasa cuando el alma empieza a incomodarnos para poder crecer?

Despertando: Encuentra tu propia luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora