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Había partido sin rumbo, desconocía por completo el sitio, suspiró con molestia, realmente la idea de partir era abrumadora, tanto que podía sentir el fastidio subiendo por su cuerpo y enredándose en su cuello, apretando más y más, el olor a mono era repugnante, inmundo, como esos seres podían vivir con tanta serenidad y sus compañeros fallecían uno por uno.

— Asqueroso. — Replicaba, ante la inmundicia y porquería humana— Nauseabundos monos. —

La necesidad de estar en casa al lado de sus niños era lo que lo mantenía en la búsqueda de una tienda y regresar, pero la fantasía de asesinarlos a todos era tan deleitante, satisfactorio. Había perdido el rumbo hace tanto pero aquella ilusión en ese hogar lo mantenía cuerdo. Un sollozo lo atrajo a su realidad, quejidos y gimoteos de dolor seguidos de llanto inconsolable, era una frecuencia infantil, una niña, se detuvo bruscamente, su cuerpo se tensó cuando volvió a escuchar una plegaria, un pedido de ayuda que venía desde un par de bolsas de basura apiladas en una esquina.

— Ayuda...— La leve voz podía escucharse salir de ellas, una niña, se replicó Geto, aproximándose como un reflejo involuntario, había sangre regada, la palabra brujas en la pared, teñida de carmesí, era sangre, la conocía bastante bien. Rasgó las bolsas con irritación, urgencia; perturbado al encontrar dos niñas, una blonda, abrazando al cuerpo de una más pequeña cobriza. — No nos lastime. — Imploró con lágrimas mezcladas de sangre, ante los golpes que habían recibido, que ser tan repugnante sería capaz de ello, sus brazos las rodearon en un dócil y cariñoso abrazo.

— Nadie las tocará, nadie lo hara. 




|| Ay 

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