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La escena que había descrito Geto le era tan desgarradora, inhumana, por suerte las niñas habían sido localizadas a tiempo, su ropa rasgada llena de sangre había cubierto algunas lesiones sirviendo de vendaje para detener el sangrado, un poco de reposo y las niñas estarían curadas.

— Ellas son hechiceras. — Concluyó Geto mientras entregaba una humeante taza de té a su vieja compañera, el sonido de la cuchara golpeando con la orillas de esta era lo único que acompañó el momento.

— Sí, eso hace que tengan un poco más de resistencia. — Agregó, se mantuvo en silencio, con sus manos fijas sobre la pequeña y rosada taza, su mirada se mantenía fija sin ningún punto en particular, entendía que ellas habían sido dañadas por los aldeanos, probablemente en sus poco entendimiento de los poderes que ellas llevaban — ¿Rosa?

— Sí, a Tsumiki le gusta el rosa. — Respondió.

— Mmm... — Se quedo en silencio uno par de segundos. — Eres demasiado consentidor.

— Para mi princesa, quieres evitar el tema, verdad. — Se aventuro a concluir, no encontraba sentido a la plática superficial, él más que nadie entendía las miles de preguntas que tenía su amiga sobre la vida que estaba llevando, en ese lugar, encerrado en esas paredes con solo los niños.

— Hay muchas cosas, pero, bueno, no quiero que Satoru me mate. — ambos rieron en complicidad a lo que sucedía, había temas tabús que se habían implantado en la escuela de hechicería y parecía que estaban frente a una nueva norma prohibida. 

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