Jardín

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Faltaban cuarenta y cinco minutos para que dieran las ocho de la noche. YoonGi no sentía prisa por irse; más bien, buscaba cualquier excusa para evitar asistir a su fiesta de graduación, a la cual su amigo lo estaba obligando. Fingir que no encontraba su corbata había funcionado durante unos cinco minutos, hasta que SeokJin le dijo que no era obligatorio usar corbata y que la olvidara, jalándolo hacia la puerta para salir. Sin embargo, él no contaba con que su amigo había escondido su celular minutos antes de que fingiera no encontrar su corbata, a pesar de saber que esta estaba doblada en el cajón donde guardaba su ropa interior.

— Espera — se detuvo el pelinegro y comenzó a revisar sus bolsillos con fingida preocupación —, mi celular... no lo traigo.

— No me importa, te presto el mío — dijo SeokJin, empujando a su amigo hacia la puerta con impaciencia.

— A mí sí me importa — YoonGi logró escabullirse de las manos de su amigo y se dirigió al sofá para fingir buscarlo debajo de los cojines.

— Bien — el castaño soltó un suspiro y con su mano le indicó que fuera por su celular —. Tómalo rápido y vámonos.

— Lo estoy buscando — exclamó el pelinegro, poniendo los ojos en blanco —. No me apures.

— Está detrás del marco — señaló en dirección al marco con la foto de él y su hermana, que estaba sobre el buró —. ¿Creíste que no me daría cuenta? — se cruzó de brazos y negó con la cabeza —. Debiste de haber escogido un lugar menos obvio, Yoon.

— Si lo sabías — caminó hasta el buró para tomar su celular, frunciendo el ceño —, ¿por qué no dijiste nada? Me hubieras ahorrado el tiempo de pensar dónde ponerlo.

— Quería ver hasta dónde llegabas con tal de hacernos llegar tarde — alzó los hombros el mayor de los Jeon y sonrió victorioso.

YoonGi soltó un largo suspiro y caminó hasta la entrada, resignado. Sabía que por más que se esforzara no podría evitar ir a su fiesta de graduación. Al menos le había hecho prometer a SeokJin que se irían antes de dar las doce, sin importar lo que pasara. Al salir de su casa, YoonGi saludó a Jimin, quien esperaba detrás del volante, revisando su celular, y se subió en la parte trasera del Mercedes plateado del rubio. El castaño se acomodó en el asiento del copiloto y, al ponerse el cinturón de seguridad, se disculpó con su amigo por hacerlo esperar. Jimin sólo asintió y arrancó el coche para conducir hasta el salón donde sería la fiesta.

Jimin llevaba una camisa de seda transparente que se ajustaba a la perfección a su cuerpo delgado y un pantalón negro formal y un collar de plata que adornaba su cuello. YoonGi nunca había visto ese lado opuesto del dulce Jimin que conocía. Y, en cuanto a su mejor amigo, él nunca decepcionaba con su belleza fuera de este mundo. Con una simple camisa negra de cuello redondo y un saco oscuro con un detalle blanco en el cuello, lograba verse de otro nivel. SeokJin entraba en una categoría de belleza en la que YoonGi sabía que nunca podría competir, mientras que Jimin creaba su propio estándar inigualable y cautivante. El pelinegro miró por la ventana y vio su reflejo. No se quedaba atrás en belleza y lo sabía, pero él prefería las cosas sencillas sin llamar la atención por su apariencia, y agradecía que él no resaltara al usar ropa cara como los otros dos lo hacían. Se sentiría incomodo teniendo la mirada de todos sobre él. YoonGi ajustó su saco cruzado Louis Vuitton gris y recargó su mentón sobre la palma de su mano.

Una hora de viaje en coche para una fiesta innecesaria donde muchos festejaban que mediocremente habían terminado la carrera, mientras que otros se alegraban de lograrlo por todo el esfuerzo que dieron de sí mismos, no era un lugar donde quisiera estar. Nunca le gustaron las fiestas, nunca le gustó ser el primero en hablar para hacer amistad con los demás y tampoco le gustaba la música a todo volumen, mucho menos los bailes en grupo. Él prefería el silencio con poca compañía que hablara con suavidad y, si se trataba de bailar, que fuera algo más íntimo y sereno como una balada. Sabía que SeokJin también prefería las cosas más tranquilas, pero entendía que había momentos en los que él quería divertirse a lo grande porque así era el mayor. Tenía su lado tranquilo en el que prefería tener su espacio, pero no le molestaba compartirlo ni le costaba adaptarse a todo lo que tuviera que ver con fiestas y convivencias que implicaran a más de dos personas fuera de una biblioteca. Y es por eso que no le sorprendió que, al llegar a la fiesta, su amigo desapareciera entre el montón de universitarios que festejaban y bailaban con la música retumbando en todas las paredes del salón.

Lo que es el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora