Capítulo 3

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—¿Puedo preguntar a donde vas tan guapo?

Sabía que entrar a la habitación de mi marido sin su invitación no era nada propio, pero él seguramente ya se estaba acostumbrando a mi desfachatez después de nuestros primeros seis meses de matrimonio.

Anduve lentamente mirándolo atarse el moño frente al espejo. Su ceño estaba ligeramente recto y con la boca hacia un mohín.

—¿Donde está el guardia?

Evadió mi pregunta.

—Se alista para cenar. No tarda en tomar su puesto afuera de mi habitación.

Cómo cada noche después de la semana que tenía en casa.

—¿A donde vas tan guapo?—volví a preguntar, fingiendo que no había notado sus ganas de esquivar la respuesta.

Se aclaró la garganta.

—Una cena de negocios.

Claro, y yo soy tonta.

—Siempre me invitas a las cenas de negocios—un hombre de familia gana más terreno que un solterón cuya afición solo es despilfarrar el dinero.

Brandon se encogió de hombros.

—Esta vez no.

Lo dijo de manera seca mientras se echaba un último vistazo en el espejo y después daba media vuelta para verme de frente por primera vez en el día.

—No sé a qué hora vuelva—fue lo último que dijo antes de pasarme por un lado y salir de la habitación.

Suspiré pesadamente mientras escuchaba sus pasos lejanos por el pasillo.

Jamás sabía a qué hora volvería y eso no era novedad.

Me levanté de la cama y anduve hacia la puerta que dividía nuestras habitaciones. Entré lentamente en la mía y cerré de un portazo. Frente a mí, el señor Callum supervisaba cómo las mujeres del servicio colocaban mi cena en una mesita.

De nuevo cenaría sola.

—Qué le haga provecho, milady—se despidió el servicio haciendo una reverencia y dejando el camino libre para que tomara asiento.

Lo dudé por unos segundos pero no quería quedarme sin cenar. Sería una pena dejar aquel estofado que olía delicioso.

—Señor Callum—llamé al guardia que como todo el día estaba en posición de estatua junto a la puerta.

—Dígame, señora.

—Cena conmigo—mis ojos lo miraron con seriedad mientras con las manos señalaba la silla vacía.

—Me temo que no es propio, milady.

—Es una orden, Callum.

Lo noté vacilar pero él ya estaba conociendo que cuando una idea rondaba por mi cabeza solo Dios podía quitármela del medio.

Asintió en rendición y se sentó frente a mi sin perder su pose recta.

Sonreí triunfante mientras me servía estofado, puré de papa y una enorme ración de ensalada. Sin querer mirarme mal voltee a ver al hombre frente a mí que tímidamente se servía pescado.

—Les he dicho miles de veces que los mariscos me hacen daño y siguen sirviéndolo—conté con una risa que salió extraña.

Él me miró y después posó su vista en su comida.

—Me encargaré de que la próxima vez no haya nada de marisco, milady.

No dijo más, ni yo tampoco lo hice.

Por primera vez en esos seis meses que llevaba en esa casa cené acompañada.

Por primera vez en esos seis meses que llevaba en esa casa cené acompañada

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Prohibido ser tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora