"El día de hoy permaneceré en mi habitación, pero te veré en la noche para poder hablar"
Esa era la nota que le había dejado a Callum en la mano antes de encerrarme a modo de protesta (berrinche), sabiendo que con ello no ganaría nada más que hacerle saber a mi maridado que estaba muy descontenta con la idea de pasar tiempo con él.
Pasé la tarde quejándome de la situación y mirando cómo las doncellas empacaban mi ropa para pasar una temporada en el campo, con mi hermana mayor Nady, el orgullo de la familia y la mujer que puso en alto el apellido de nuestro padre casándose con un duque acaudalado, a quien ya le iba a dar el quinto hijo, y tras una racha de cuatro varones, todos le rezaban a Dios para que la bendición siguiera.
Y ahí estaba yo, la oveja negra, andando descalza por la madrugada para que mis pasos no fueran escuchados buscando a mi amante.
Me reí ante el pensamiento mientras los fantasmas de la casa veían mi desfile.
La verdad no se me había ocurrido un lugar más seguro que la cocina para verle. El marqués tenía acceso a mi habitación, los guardias cuidaban cada entrada y salida durante la madrugada, y a la cocina todos pensaría que iría por un poco más de cena.
Y vaya cena.
Crucé la puerta y la cerré a mi espalda al tiempo que unos brazos me tomaron la cintura por detrás mientras soltaba un gritito por la sorpresa. Callum enterró la nariz en mi cuello mientras respiraba mi olor y me llevaba a una de las mesitas de la cocina.
—Nos van a escuchar—me quejé por lo bajo mientras él me levantaba del suelo y me sentaba en la madera.
—No lo harán—su aliento me golpeó el rostro al tiempo que me tomaba los labios en un beso hambriento mientras con sus manos comenzaba a alzar la falda de mi delgado camisón.
Lo sentía deseoso.
Yo también lo extrañaba.
La luna de la madrugada pintaba el lugar de sombras para camuflajearnos en nuestra facultad de amantes, buscándonos con desesperación entre las prendas que sobraban.
—¿Segura que dejaste a tu marido dormido?—preguntó Callum mientras bajaba sus pantalones para liberar al miembro que se quería hundir en mi humedad.
Lo miré hambrienta, con ganas de meterlo en mi boca y succionarlo.
—Muy segura—tragué grueso, expectante—, dámelo por favor.
Imploré deseosa, y él, sin ánimos de torturarme más, lo colocó suavemente y se hundió de una sola estocada firme.
Gemí contra su boca sintiendo la invasión con una sublime caricia que ardía en cada uno de los lugares de mi piel que sus manos tocaban.
—Me encanta ser tuya—le susurré en el oído, mientras lo envolvía con mis brazos y piernas, a sabiendas de que aquello no era sexo.
El sexo era un acto de carne y sangre, pecado y ambición, deseo y condena. Lo sabía yo, que me estaba aprendiendo de memoria el recorrido que hacían sus lunares y el delicioso ritual que Callum seguía para quitarme la ropa.
Aquello no era eso.
Sus manos me acariciaban, su boca dejaba besos tiernos en mi cuello nadando entre mi clavícula hasta llegar a los labios que adoraba como poesía. Poco a poco sus embestidas se hicieron lentas, bajando el ritmo para disfrutar la sensación de pertenecernos, y la luna, que hacía de testigo en la entrega, me confirmó entonces que hacíamos el amor.
—Eres mía—gimió Callum besándome una última vez mientras ambos temblábamos por el orgasmo que nos recorrió hasta el alma.
No nos separamos. Permanecimos ahí, unidos, acariciándonos suavemente, él sabiendo que tenía algo que decirle y yo buscando las palabras para hacerlo.
—Me iré por un tiempo—solté con el rostro recargado en su pecho. Sus manos jugaban con los mechones de mi cabello suelto.
—Algo así escuché—su voz sonó unos cuantos tonos más triste.
—Acompañaré a mi hermana mientras da a luz.
Se quedó en silencio un momento pero no dejó de tocarme.
—¿Tu marido irá contigo?—preguntó de pronto.
Solté un suspiro de cansancio pensando en la idea de tener que soportarlo. ¿Qué haría cuando quisiera tocarme? Ya no lo deseaba. Ya no lo quería. Ya no lo necesitaba.
—Sí.
Callum me separó de su pecho hasta que nuestros rostros se miraron. Tomó mis mejillas entre sus manos y clavó sus ojos en los míos con intensidad.
—Yo haría lo que fuera por ti—susurró con dulzura—. Nadaría los océanos enteros si así me lo pidieras y te buscaría por toda la tierra si en algún momento no vuelves.
Mi corazón dio un vuelco.
—Volveré por ti—prometí fascinada por su mirada—. Soy tuya.
Afirmé con una promesa que en ese momento no entendía cuánta verdad tenía.
ESTÁS LEYENDO
Prohibido ser tuya
Short StoryQue me perdone Dios si se me escapa tu nombre estando con él.