El día después de mi encuentro con Callum decidí quedarme encerrada en mi habitación. Estaba feliz y emocionada por lo que había pasado entre nosotros pero había un cierto tipo de vergüenza que me detenía cada que pensaba en verle el rostro sabiéndome una mujer infiel.
Él no tenía la culpa de que estuviera un poco ebria.
Él no tenía la culpa de que yo lo deseara desde el primer día que llegó a la mansión.
Esa noche de la fiesta me fue inevitable no compartir carruaje con él. Ese espacio pequeño, donde danzaba la energía de nuestras almas, se consagraba como el refugio de todos nuestros pecados.
Debía admitir que se veía bastante atractivo con el traje negro que se puso para la gala. Se recortó la barba, peinó su cabello de manera elegante teniendo especial cuidado con el mechón que siempre se le escapaba y le invadía la frente, y se puso el mismo perfume que llevaba el día que me sentí suya.
El corazón se me disparó en el pecho tras ese pensamiento.
Sus ojos me voltearon a ver y rápidamente aparte la vista a la ventana.
Su mirada era intensa.
Carraspeó aclarándose la garganta y no separó sus ojos de mí.
—Lamento mucho lo de la otra noche, milady.
Lo soltó sin más.
Tuve que tomar valentía de adentro para poder mirarlo.
—¿Qué lamentas?
Callum apretó los labios.
—Lo que hicimos. No debí dejar que las cosas tomaran ese rumbo.
Fue justo en ese momento en el que lo tuve frente a mi donde supe que sí era una mujer infiel, engañé a mi marido y tuve el mejor sexo de mi vida. Estuve con un hombre que me hizo sentir deseada y perfecta, fui feliz y aún en mi piel había rastros de ese brillo que él me había dejado.
—Yo no lo lamento—le respondí sonriendo lentamente con un gesto de fascinación—. A mi me encantó, ¿a caso tú no lo disfrutaste?
Callum enmudeció por unos segundos.
—No se trata de eso.
—Pregunté si lo disfrutaste—esta vez levanté las cejas con coquetería.
Volvió a quedarse callado por unos segundos.
—Me encantó, milady.
Mi sonrisa creció tanto que mis mejillas se tornaron del color de las manzanas.
—Fue la noche más erótica de mi vida—me atreví a confesarle en un susurró que guardó aquel secreto que solo nuestras bocas sabían.
—La mía también, Beth.
Era la primera vez que mi nombre salía de su boca.
—¿Y si te pido que me tomes en este carruaje lo harías?—cuestioné mientras mi mano viajaba al escote del vestido y delineaba los seductores pechos que querían ser devorados por su boca.
De pronto comenzó a hacer calor en el carruaje.
—¿Justo aquí?—sonaba excitado.
—Justo aquí—respondí mordiéndome el labio.
Tragó el nudo que estaba en su garganta y vaciló. Ambos sabíamos que era prohibido y si alguno de los guardias nos veía estaríamos condenados, pero eso hacía que el encuentro fuera más deseable.
Eso hacía que lo quisiera tener de nuevo dentro de mí.
Callum se acercó y me tomó la barbilla con sus gruesos dedos. Su mirada se tornó intensa y ahí donde mi boca quería morder, sus labios juguetearon con la lengua hasta finalmente devorarme en un beso que puso a temblar mis piernas.
Era dulce, salado, fascinante.
Era un pecado.
Era una condena.
Era un delito.
Era la clase de maldición por la que volvería a caer mil veces.
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Prohibido ser tuya
Short StoryQue me perdone Dios si se me escapa tu nombre estando con él.