La noche de señoras de la sociedad de lady Florence siempre era gratamente esperada por todo Londres. Los maridos deseaban el día para escaparse con sus amantes y las damas soportaban las semanas hasta que esa noche se sentaban cómodamente a beber vino importado sobre los regazos de los hombres que la anfitriona seleccionaba con mucho detenimiento.
Ellos no hablaban, no era necesario. Su única función era acariciarles las piernas mientras cotilleaban sobre los nuevos chismes de la ciudad. Y que bien les iba porque regresaban tranquilas y relajadas a casa, sin buscar problema ni apuro, y garantizando unos meses más de matrimonio hasta que se llegara la próxima fiesta de lady Florence.
Esa era la primera a la que fui invitada. Una señorita soltera no sabía ni de la existencia de tal evento profano, y una casada lo deseaba incluso más que navidad.
Y ahí estaba yo, sentada en un cómodo sillón de terciopelo rojo rodeada de señoritas en los regazos de hombres fornidos, bebiendo vino entre risa y risa, fingiendo que no se daban cuenta cuando una se paraba buscando habitaciones vacías.
—Te juro que no me ha tocado desde que el bebé nació—se quejó una remilgada de cabellera rubia que ya iba por su segunda botella de vino.
—¡El mio ni siquiera intenta tener un bebé!—contrapuso la dama junto a ella.
—Pues mi marido se encierra en su despacho con su mejor amigo, y vaya que me lo regresa feliz.
Todos soltaron una carcajada, hasta los hombres que fungian de sillon bonito. Era bueno pensar que no era la única mujer empolvada de Londres, y en otro momento lo hubiera disfrutado mucho, pero justo en ese mi mente no dejaba de pensar que estaría más cómoda sentada en el regazo de un guardia fornido que me veía del otro lado de la sala con los brazos cruzados. Tenía el ceño fruncido, una vena a punto de explotarle en el cuello y la vista tan fría que me hizo sonreír.
—Con su permiso, señoras—me excusé levantándome del círculo de ladys que criticaban a sus maridos, y caminé lentamente hacia él, sabiendo que su cercanía me atraía más de lo que quería admitir.
Me miró acercarme y él también disimuló una sonrisa. Mis pies no tardaron en ponerse a su lado y pronto me vi fascinada por el olor de su perfume.
—¿Qué tal va su noche?—pregunté tendiéndole mi copa de vino.
Callum me miró como si analizara mi rostro y finalmente aceptó la copa.
—No tan entretenida como la suya—la respuesta fue seca y cortante.
Alcé las cejas con sorpresa.
—¿Acaso está celoso, señor?—Pregunté juguetona.
No me respondió, solo movió el rostro a otro lado para ocultar sus mejillas rojizas por la pena. Me resultó tierno mirarlo actuar así y algo en mí se encendió como un incendio justo al costado del corazón.Me animé a tomarle la mano. Volteó el rostro sorprendido y me miró. Sus dedos eran cálidos y gruesos para mi mano pequeña. Dejó que le acariciara la palma y dibujara un sendero con mis yemas. La sangre me comenzó a hervir justo en los sitios donde lo tocaba.
Él levantó su otra mano y la puso en mi mejilla. Sus ojos intensos me saludaron con pasión y deleite. Veía cuanto me deseaba y si ponía atención podía decir con qué intensidad anhelaba mi cuerpo. Pero había algo más en su mirada, una chispa distinta que no logré descifrar del todo. Parecía como si mirara más allá de mí, como si mi cuerpo no fuera lo único que quería obtener.
—¿Qué le parece si terminamos lo del carruaje?—le cuestioné con coquetería.
Callum me sonrió.
—Creo que miré una habitación vacía—su voz se volvió ronca.
—Busquemosla.
Ambos corrimos tomados de la mano como si fuésemos chiquillos y nos metimos en la primera puerta que estaba abierta. Para antes de que me diera cuenta Callum ya me estaba devorando la boca de esa forma que sabía bien que me gustaba.
De solo tocar sus labios ya me sentía hervir de ansias.
—La otra noche me quedé con muchas ganas de hacer esto—anunció comenzando a sacar las tiras del corsé con desesperación. No le detuve, me gustaba pensar que podía hacer conmigo lo que quisiera. En cuestión de segundos devoró mis pezones con su lengua rasposa y húmeda. El placer fue dulce y perfecto viniendo de su boca.
Suspiré acariciandole el cabello negro y empujándolo para que la caricia fuera más profunda.
De pronto, sus manos se pusieron en mis caderas y me levantó en el aire llevándome a la cama. Saber que había tanta tela en medio de ambos me abrumaba. Quería que quitara todo, que lo único que se tocara fuera nuestra desnudez.
Me depositó en el acolchado, y comenzó a dejar besos por mi cuello, de esos que dejan un camino de fuego a su paso.
—Quiero besarte toda—anunció con lujuria—. Aprenderme todos tus lunares y saberme los lugares que te hacen gemir.
Volvió a atender mis pechos, y en un descuido ya lo tenía levantándome la falda del vestido. Sus besos se fueron directo a mis piernas, besó el camino que trazaban de ida y de regreso, dejando mordidas, succionando, besándome hasta hacerme rozar la locura.
—¡Callum!—grité cuando su lengua llegó a mi húmeda intimidad.
Jamás me habían besado... ahí.
Volví a tomar su cabello entre mis dedos guiándolo mientras me maravillaba con lo bien que me besaba. Era el paraíso. Era una perdición. El placer era tan intenso que no paraba de gemir su nombre.
Sentía que en cualquier momento iba a caer en un precipicio.
Sentía... que podía morir de erotismo.
El placer fue creciendo como una bola de fuego que ardía en mi vientre. Su lengua succionaba, mordía mi piel húmeda y deseosa, y cuando estuve a punto de venirme, se detuvo.
Solté una queja que sonó como un gruñido, pero fue callada rápidamente por su dulce miembro hinchado que se hundió en mi cuerpo con deleite.
Volví a gemir, presa de él. Perteneciéndole en todos los sentidos y en todos los idiomas.
Me dio tan duro que jamás me había sentido tan mojada en mi vida.
El placer volvió a crecer en mi interior.
La locura ya no se veía tan lejana.
Y en medio de todo aquello, se acercó para devorarme la boca y consumir en un beso los gemidos de mi orgasmo.
~•~
¿Qué les está pareciendo la historia?👀
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@Katt_Wallas
¡Los amoooo!
Katt.
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Prohibido ser tuya
Short StoryQue me perdone Dios si se me escapa tu nombre estando con él.