Capítulo 21

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POV-CALLUM

Esa noche no dormí. Pasé de rehusarme a dormir en el suelo a saber que si se me ocurría cerrar los ojos acabaría con un cuchillo en el cuello. La noche fue tranquila, parecía que como si los fantasmas que por ahí merodeaban hubieran pasado a saludar y darnos la bienvenida al otro lado.

El hombre de la voz ronca que resultó llamarse Leonard estuvo hablando todo el rato sobre sus hijos y lo orgulloso que estaba de los hombres en los que se convertirían. También habló de que asesinó a su esposa unos cuantos años atrás, después de haber quemado la comida. Se le había pasado la mano con los golpes que le dio en la cabeza, y para cuando se percató, ya no respiraba.

Me asqueó, pero no dije nada.

A media madrugada todo quedó en silencio, y en cuanto salió el sol el primer ruido que se escuchó en la celda después de varias horas, fue el golpe seco que se le dió a la reja.

—¡Levántate, Callum!—ordenó el guardia. Supe entonces que mi momento había llegado.

Me levanté del suelo donde estaba sentado y sacudí la tierra de mis pantalones. Metí la mano en el bolsillo asegurándome de que la carta estuviera aún ahí, y la palpé buscando que siguiera segura.

—Suerte, mariposa—deseó Leonard.

No le respondí, solo asentí y salí de ahí con la cabeza levantada. El guardia me miró, examinó mi rostro y volvió a ponerme las cadenas en las manos.

—No intentes nada—amenazó. Tiró de la cadena y me condujo por el largo pasillo.

Muy dentro de mí me fui despidiendo de todos. Le dije adiós a mamá, a papá, a mis hermanos y deseé de todo corazón que Beth estuviera bien y no cargara con el mismo destino que yo.

En el camino de mi muerte todos los reos que estaban reclusos en las celdas comenzaron a gritar y a desearme suerte, sabiendo que en unos momentos ellos también seguirían mis pasos.

Llegamos a una puerta, por debajo de ella la luz del sol apenas entraba.

Suspiré y tomé valentía.

—¿Puede meter la mano en mi pantalón?—le pregunté al guardia—. Tengo una carta que quiero que mande.

Él me miró y me guiñó un ojo.

—Podrás entregarla tú mismo—me respondió.

Su respuesta me hizo achicar los ojos.

—¿Yo mismo?

No respondió, solo abrió la puerta y me quitó las cadenas de las manos con una sonrisa cómplice en el rostro. La incredulidad era más grande que cualquier otra emoción que en ese momento me atormentara.

—¿Qué sucede?—pregunté.

Pero mi respuesta fue un carruaje que se estacionó en la salida.

—Sube—me ordenó el hombre. No me pude mover, me quedé analizando la situación a sabiendas de que era muy extraña—. ¡Sube, maldita sea!

Me dió un empujón y cuando mis pies reaccionaron me subí al carruaje. De solo tomar asiento los caballos se echaron a correr y la cárcel comenzó a quedar lejos de nosotros.

Mis manos temblaban y algo en mi pecho me dejó libre, como si una presión saliera de él para darle permiso a mi alma de respirar.

—Que diablos...—musité.

—Creí que llegaría tarde.

Para cuando fui consciente un cuerpo pequeño se lanzó sobre mí abrazándome. Lo primero que sentí fue su aroma y la enorme paz que siempre me daba su cercanía.

Prohibido ser tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora