POV: ESTEBAN CALLUM
Dar la orden a los sirvientes fue un tanto triste, y no solo por el rostro de pena de quienes levantaban la mesa intacta y apagaban las velas, sino por la dama que se había quedado llorando en su habitación por un hombre que no valoró su esfuerzo.
Me tardé un poco más de lo esperado ayudando a limpiar lo que esperaba ser una fiesta de cumpleaños para dos y aprovechando la oportunidad para cenar antes de hacer mi guardia afuera de la puerta de la señora durante la noche.
Con anterioridad escuché avisos de sus tantos arranques por querer escapar, y jamás lo entendí hasta que mire la triste soledad en la que pasaba sus días.
Hasta yo me podría atrever a decir que saldría corriendo si estuviera en sus zapatos.
¿Es que el marqués ni siquiera se dio cuenta de que se puso hermosa para él?
¿Cómo pudo evitarla de esa manera?
Podía jurar que todo hombre deseaba casarse con una mujer igual de encantadora, chispeante y con las ganas de hacer una cena solo para celebrar su cumpleaños.
Él muy idiota si no sabía valorar lo que tenía.
Cuando volví a la habitación de la señora toqué un par de veces la madera para anunciar que estaba listo para hacer la guardia.
—Ya estoy aquí, milady.
Pero no hubo respuesta.
Volví a tocar.
—¿Milady?
De nuevo nada.
Fruncí el ceño con preocupación mientras tomaba el pomo de la puerta. No tenía llave. La giré entrando con cautela y para mi sorpresa la habitación parecía estar vacía.
Caminé lentamente buscándola mientras la preocupación me invadía, pero en una esquina de la cama me encontré unos pequeños pies que sobresalían en la madera del suelo.
—¿Milady?
Estaba tumbada en el piso con el cuerpo recargado en un costado de la cama y una botella de whisky jugueteando entre sus dedos. Llevaba la mirada perdida y unas cuantas lagrimas rebeldes rodándole por las mejillas.
—¿Se encuentra bien, señora?
No me miró.
Sabía que lo mejor era dejarla sola pero quizás eso hubiera sido un poco peligroso, así que mejor me senté junto a ella sintiendo la madera fría que recibió mi cuerpo con agrado.
Nos quedamos en silencio un par de minutos hasta que ella habló:
—Es un idiota.
Lo soltó con ganas, como si lo llevara atorado en el pecho desde hacía mucho tiempo.
Sonreí. Me gustaba que hablara sin pensar.
—Sí, es un idiota—corroboré sonriendo.
Supe que no se lo esperaba cuando me miró con incredulidad y soltó una risa extraña que la hizo retorcerse unos segundos.
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Prohibido ser tuya
Short StoryQue me perdone Dios si se me escapa tu nombre estando con él.