Capítulo 20

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POV-CALLUM

Soy un ex soldado del ejército del rey. Mis padres vinieron de Irlanda en una mala racha de dinero. Me crié en una casa de campo a las afueras de la ciudad con dos hermanos y una hermana, no teníamos mucho y la mayor parte del tiempo estábamos trabajando para comer, pero fuimos felices durante todo ese tiempo. Siempre soñé con ser el héroe y que las personas me recordaran por mis actos de valentía.

Y ahí estaba, en un carruaje de madera siendo llevado a la cárcel para someterme a un juicio por adulterio y ser colgado en la horca.

Como soldado me tocó presenciar muchos castigos, desde los que llevaban sangre de por medio hasta estos, donde la piedad hacía oídos sordos y alrededor las personas lloraban implorando que soltaran a sus seres queridos.

Pero, ¿quién me iba a llorar a mí?

Estaba aquí por adulterio, no por ser un santo. Y en lo único que podía pensar era en Beth.

¿Qué destino tendría ella?

¿Qué le había hecho su marido?

¿Cómo se habría enterado de lo nuestro?

¿Nos habrían visto?

Tenía mil dudas en mente y nada me las podía sanar. Iba a morir. Aún me faltaba mucha vida por vivir, pero iba a morir, y ahí acabaría todo.

—¡Levántate, Callum!—gritó uno de los guardias que iba cuidando que no escapara.

El carruaje se había detenido. Alguien más abrió la puerta para que bajáramos. Afuera, el lodo hacía que mis botas se hundieran unos centímetros en el suelo. Al rededor de nosotros las personas se amontonaban para ver a las nuevas víctimas que serían ejecutadas al día siguiente.

—¡Andando!—ordenaron tirando de la cadena que ataba mis manos.

Avancé. No quería hacerlos enojar.

la cárcel del pueblo era sencilla, una simple estructura de madera con varios cuartos que compartían hasta diez personas a la vez. Era solo provisional porque al final del día todos terminaban siendo ejecutados.

Los guardias seguían tirando de las cadenas. A mi alrededor se escuchaban cosas como "mire, madre, ese hombre va a morir, ¿verdad?", y "¿por qué se ve tan limpio?", como si las personas limpias no hicieran cosas malas.

Entré en la prision. De frente me topé con un hombre calvo ya mayor, que seguro ya era anciano cuando yo nací. Estaba sentado en un escritorio de madera con unos anteojos que le colgaban de la nariz. No me volteó a ver, solo habló como si estuviera esperando mi llegada.

—¿Esteban Callum?

—Sí, señor—yo no era cobarde. Sabía afrontar mis responsabilidades y responder ante ellas.

—Solo confirme—ordenó—. ¿Está aquí por acostarse con una mujer casada?

Todos los ojos que nos rodeaban se pusieron en mí.

—Sí, señor.

—El marqués de Lester, Brandon Loughty, levantó cargos en su contra. Su culpabilidad lo llevará a la horca mañana a primera hora. ¿Tiene algo qué decir?

Esta vez sí me miró. Tenía unas enormes bolsas debajo de los ojos.

—¿Puedo mandarle una carta a mi madre?

El hombre tomó un papel, hizo unas cuantas anotaciones, y después asintió.

—Los guardias le llevarán lo que ocupe a su celda. Llévenselo.

—Gracias, señor.

Los hombres volvieron a tirar de las cadenas con fuerza arrastrándome hacia el largo pasillo lleno de barrotes. Abrieron una de las puertas, me quitaron las cadenas y de un golpe en las costillas me mandaron hacia adentro. El dolor fue sorpresivo y agudo. Me tomé el pecho intentando respirar mientras ellos cerraban la puerta detrás de mí.

—Vaya, tenemos un nuevo preso.

La voz fue ronca y nasal, como quien fuma más que una chimenea. Levanté la cabeza. Frente a mí había tres hombres llenos de lodo hasta el cuello, manchados de la cara, con el cabello alborotado y un olor que me hizo taparme la nariz para no vomitar. El lugar era un cuadro sencillo, tanto que me hizo apostar a que se dormía en el piso y el hedor a excremento venía de la inexistencia de un sitio para orinar.

—¿Cuál es tu nombre?—volvió a hablar el hombre.

—Callum—aún me dolía el pecho, pero me erguí para verme fuerte, sabiendo que una sola muestra de debilidad podía convertirme en su presa.

El hombre soltó una risa y escupió a mis pies.

—Es nombre de marica. ¿Qué hiciste, mariposa?

Apreté los puños, tentado a desquitar en su rostro todas las emociones que me llevaban acompañando desde esa mañana.

—Adulterio,  ¿Y tú?

Volvió a reírse con una carcajada que no me dió nada de gracia.

—Robé comida, y ellos dos asaltaron a un idiota que resultó ser un barón.

Asentí suavemente tanteando el terreno.

—¿Los condenaron?

—Así es—habló un pelirrojo a su costado—. Tal parece que mañana el diablo vendrá por los cuatro.

El hecho de que me incluyera en la oración hizo que se me erizara el cuerpo.

A mi espalda un golpe estridente en la reja me hizo voltear. Uno de los guardias había vuelto con un trozo de papel y una pluma manchada de tinta.

—Apresúrate, Callum—ordenó tendiéndomelo—. Tienes 10 minutos.

—Vaya, vaya. La mariposa va a escribir una carta— se burló el preso con voz ronca, pero no le escuché, solo tomé el papel e intenté recargarme en la palma de mi mano para escribir una carta rápida.

Esas serían mis últimas palabras.

Prohibido ser tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora