Capítulo 13

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Ser vestida en las mañanas por el servicio era un acto que aveces me resultaba incomodo. El simple hecho de ser vista desnuda era normal para muchos, pero nunca me había acostumbrado, ni mucho menos lo consideraba un momento cómodo. En ningún sentido. Pero ahí, donde mis ojos enfocaban el reflejo del espejo donde ataban el corsé, supe que recostada en el pecho de Callum me sentía segura, fuese vestida o desnuda.

Incluso sin tocarle su simple mirada me desbordaba protección. Era como si su cercanía me envolviera en una burbuja de fuerza, donde nada ajeno a nosotros podía causar malestares.

Él era eso. Y yo era fuego. Sabía que le estaba quemando el alma y la vida, que a igual que yo, se sentía confundido y no sabíamos de donde venían todas estas emociones, pero de lo único que ocupábamos afirmación era de que estas eran correspondidas.

Él ardía. Yo ardía.

Su boca me tentaba. Yo lo tentaba.

Nos deseábamos.

Nos buscábamos.

Y si el secreto se sabía, ambos caeríamos con él.

—Milord pidió que bajara a desayunar con él, milady—la voz de la doncella me llegó a los oídos con extrañeza. Podía jurar que incluso ella estaba sorprendida por la la petición de mi marido.

La volteé a ver. Asomaba por el marco de la puerta fingiendo que no veía cómo me terminaban de vestir. Su rostro estaba serio y la vista la llevaba perdida en la ventana, como siempre.

Le sonreí.

—En seguida bajo.

Ella asintió y se marchó.

Cuando finalmente quedé lista bajé las escaleras desbordando la luz que hacía poco comenzó a brotar por mi piel de forma natural, como si emanara de mi alma o mi alma emanara de ella. Desde ese momento respiré de forma diferente e incluso mis ojos veían las cosas desde otra perspectiva, como si un pintor desquiciado hubiera tomado su paleta de pinturas para darle color a mi vida gris.

Entré en el comedor que solo pisaba cuando rondaba por la casa en mis ratos libres, y me encontré al marqués desayunando mientras leía el periódico.

—Buenos días—saludé aún clavada en el marco de la puerta.

—Oh, querida—respondió dejando el periódico de lado y tomando una toallita para limpiarse la comisura de la boca, con una actitud de sorpresa como si él no hubiera pedido mi presencia—. Siéntate, por favor.

Me indicó la silla junto a él. La miré vacilante por unos cuantos segundos hasta que finalmente mis pies reaccionaron y avancé hacia ella. Un guardia la movió para mí y le sonreí en agradecimiento.

—Anda, desayuna conmigo—animó con un entusiasmo en la voz que no le conocía.

Fruncí el ceño mirándolo a él y después a la enorme mesa que servía platos gigantes de mariscos con diferentes preparaciones de salsas. El platillo favorito del marqués, como no.

—El pescado me hace daño—le respondí sonriendo con pena mientras él volvía a poner los ojos en mí con algo de sorpresa.

—No lo sabía.

—Te lo dije un par de veces.

Su mirada siguió en mí mientras la puerta que daba a la cocina se abrió y Callum entró seguido de los cocineros, quienes pusieron frente a mí unos panqueques con jugo de naranja.

Mis ojos se iluminaron sin siquiera pensar antes en la reacción. Callum me sonrió y mi corazón dio un vuelco recordando sus dulces besos.

—Muchas gracias—hasta mi voz sonó diferente.

Todos asintieron y se marcharon. Seguí sus pasos alejándose y deseé pedirle que fuéramos a mi habitación a comer juntos.

—¿Entonces te hacen daño?—preguntó mi marido, pero sonó como si la pregunta fuera más para él.

Volví a prestarle atención. Sus ojos me examinaban, de nuevo jugaban a los detectives como si fuera la primera vez que observaba mi rostro.

—Sí, así es—respondí tomando los cubiertos para comenzar a desayunar. Todo ahí era raro. Jamás había compartido mesa con él.

De pronto un pensamiento llegó a mi cabeza: siempre le había rogado por ese tipo de atenciones y él me rechazó en más de un idioma. ¿Por qué ahora me buscaba?, ¿por qué ahora se preocupaba?

Ni siquiera recordaba que me hacía daño después de habérselo dicho unas cuantas veces.

Y entonces, cuando creí que las cosas no se podían poner más extrañas, Brandon me demostró que me faltaba la cereza del pastel.

—Tu hermana mandó una carta—anunció poniendo entre los dos un sobre—. Dará a luz pronto y pidió que fueras para estar en el parto. Creí que te haría bien ir con ella.

—¿Al campo?—pregunté con sorpresa abriendo los ojos.

Él se encogió de hombros.

—El aire fresco es bueno, ademas...

Él siguió hablando pero mi mente no le prestó atención porque decidió imaginar mi vida lejos de esa casa. Me vi comiendo las tres comidas acompañada de mi hermana y mi cuñado, cuidando a mis sobrinos, tomando aire fresco acompañada y disfrutando libertad de poder escabullirme de mi habitación para dormir junto a Callum.

¿Cómo sería dormir en sus brazos?

¿Cómo sería quedarme ahí, con mi rostro en su cuello, oliendo el fantástico aroma de su piel desnuda?

—... por eso decidí ir contigo.

¿Qué?

Hasta mi sangre se detuvo.

—¿Conmigo?—pregunté ingenua.

Mi marido asintió.

—Sí, Beth. He estado pensando y me di cuenta de que tenías razón: Te he tenido muy descuidada como esposa.

Me quedé mirándole con la boca abierta, a sabiendas de que esa afirmación sonaba tan ridícula como toda esa situación.

—¿Descuidada?—pregunté con burla—, eso es ridiculo.

Brandon bajó los ojos con pena.

—Sé que he sido malo, pero...

—Malo es poco—le corté—. No ha habido día en esta casa donde no me sienta sola ni menospreciada. Jamás había comido en esta mesa, ni he tenido la dicha de compartir tu lecho desde hace meses. ¡Meses!

—Y lo podemos arreglar.

Me reí con amargura mientras corría la silla para levantarme. Un guardia salió corriendo para ayudarme pero lo detuve con un gesto de mi mano.

—No me interesa arreglar nada. Dile a mi hermana que no iré.

Me negué a verlo mientras daba media vuelta para marcharme.

—Ya acepté la invitación para dos.

Dijo él a mi espalda, pero no quise quedarme para escuchar más de esa ridiculez.

Prohibido ser tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora