A medida que los días seguían su curso, quedaban cada vez más asombrados ante la inmensa diferencia que había entre el reino de Clarencia y la región de Tilcar. Durante su corta estadía en el reino, notaron cómo no habían tenido la necesidad de tener que acampar en la intemperie, pues los pueblos tenían apenas unas horas de distancia entre ellos y, si no había un pueblo cerca, siempre podrían encontrar en el camino una posada donde hospedarse.
Otra gran diferencia a destacar, era la gran presencia de soldados que había por doquier. Siempre había algún grupo de soldados que vigilara los caminos, velando por la seguridad de las calles y carreteras del reino. Era gracias a esto, que sintieron la tranquilidad de no ser atacados por alguna bestia salvaje. Y es que, hablando con algunos pueblerinos, gran parte de las bestias preferían mantenerse alejadas de las ciudades y aldeas, ya que los soldados eran temibles adversarios a la hora de un enfrentamiento.
Aunque aquél dato les parecía algo intimidante debido a la condición de ellos dos, prefirieron fingir que eran unos simples sobrevivientes de un pueblo risha al otro lado de la cordillera. Que, en parte, lo eran. O al menos esa fue la historia al llegar a Villa Claire, historia que cambiarían al llegar al siguiente pueblo, para no levantar sospechas.
Lo único que rogaban es que nadie se percatara del posible uso que tendrían sus pendientes, aunque debido a la gran variedad de catalizadores que puede haber, dudaban que estos fueran a levantar sospecha. Aunque por mera precaución, se los habían quitado al llegar al país, escondiendo cada uno, su pendiente debajo de sus ropas.
El día estaba comenzando a llegar a su fin, con el sol comenzando a teñir el firmamento con sus tonos naranjas. A lo lejos podían ver las murallas que protegían a los habitantes de la capital, la ciudad de Clarencia, una de las ciudades más importantes en cuanto a territorios risha.
Poco era lo que conocían sobre este reino, más allá de su clara posición en contra de la magia y que sus habitantes eran en su mayoría humanos, o mestizos hijos de faros sobrevivientes a la invasión. Los faros son conocidos por los humanos como elfos, de quienes envidian su enorme belleza y longevidad.
La invasión de los humanos en el continente Britina, fue conocida por los faros como la Guerra del Destierro. Guerra en la cual gran parte de la población de faros se vio acorralada, debiendo huir a las otras regiones. Y quienes no lograron huir, tuvieron dos destinos dependiendo de un único factor, si eran marus o no. Si lo eran, eran ejecutados sin derecho a juicio, y quienes eran risha, podían conservar sus vidas, a costa de servir a las familias humanas de gran poder.
Pero esa guerra había sucedido hace cientos de años, actualmente estaban en una especie de período de paz. Y aunque las regiones ya no estaban en guerra, seguía existiendo esa gran diferencia de culturas. Actualmente ya no esclavizaban a los faros, lo que los dejaba tranquilos. Pero sí existía una penalización si un faro resultaba ser un marus, el castigo solía ser el encarcelamiento, o ser privados de sus poderes, aunque desconocían el cómo podrían arrebatarles aquel don innato.
Estaban a punto de atravesar la gigantesca puerta de la muralla, aquel portal que les brindaría cierta seguridad siempre que mantuvieran a salvo su secreto. Pero, antes de cruzar el gran arco, unos soldados los detuvieron. Al principio, los soldados no dieron el motivo por el cual los detenía, solo se dedicaron a mirarlos de arriba abajo. Mientras uno de los soldados vigilaba a los jóvenes, otro comenzó a inspeccionar la carroza, primero observando con detenimiento el exterior, y luego subió a la carroza, comenzando a husmear dentro de las bolsas con comida de los jóvenes. Y mientras ese soldado inspeccionaba lo que traían, el otro comenzó a interrogarlos. Primero por su aspecto.
—Nuestra madre era una elfa risha —respondió Sephire.
—¿De dónde vienen? —cuestionó el soldado.
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Ciel Rose - El elegido corrupto
FantasíaTras vivir milenios sumidos en la más oscura corrupción, el mundo finalmente respiró aliviado por primera vez. Sin embargo, el peligro latente amenazó con volver a emerger, y entonces, finalmente, el niño profetizado que destruiría definitivamente a...