Capítulo 2 - Avem phoenix

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La oscuridad, en aquél pequeño y estrecho lugar, era absoluta. Apenas había lugar para que ambos pudieran sentarse en el suelo, pero poco les importaba lo incómodos que se sentían, ya que, estaban más pendientes de que el círculo que la joven había dibujado en la trampilla no se borrara. Aquel círculo dibujado con una tiza de cianita servía para impedir el paso del humo tóxico del incendio que los malhechores habían provocado.

Habían escuchado los gritos desgarradores de su madre mientras quien sabe qué cosas ellos le hacían. Simplemente no querían imaginar lo que había sucedido. Tampoco querían saber si su madre estaba viva al momento del incendio. Ellos permanecieron toda la noche sentados en aquél oscuro lugar, y no fue hasta que un pequeño rayo de luz del sol asomó, que decidieron salir.

Subieron la pequeña escalera, Sephire rompió el círculo dibujado, y con todas sus fuerzas intentó empujar la trampilla, sin éxito alguno. Theo tomó su lugar, primero comenzó a empujar, pero se dio cuenta que había escombros, así que comenzó a golpear la trampilla con toda la fuerza aplicada sobre sus brazos. Poco a poco fue consiguiendo quitar de encima los escombros que había, hasta que, finalmente, con el último golpe logró abrir la trampilla.

El cielo se alzaba sobre ellos de un hermoso color azul, algunas aves cantaban sus melodías matutinas, y una cálida brisa de verano los envolvió en un gentil baile. Pero aquella belleza no pudo ser apreciada. Su casa, aquel lugar lleno de recuerdos y emociones, había sido reducido a cenizas. Salieron de su escondite horrorizados por aquella escena.

Comenzaron a caminar para salir de aquellos escombros, pero entonces Theo chocó con algo que no pudo mover con facilidad. Era la pierna carbonizada de su madre. Sephire fue la primera en darse cuenta de eso y, al instante, se percató del olor a carne chamuscada que hasta ese momento no había percibido.

Vomitó.

Su vómito no era más que un líquido de color verde amarronado, y de un sabor extremadamente amargo. Era bilis.

Theo se quedó petrificado ante esa escena, como si el horror vivido el día anterior no hubiera sido suficiente, como si los gritos no estuvieran todavía sonando en su cabeza. Y ni siquiera habían visto el rostro de su madre en ese estado, sólo su pierna.

Luego de que Sephire terminara de vomitar, luego de que Theo saliera de su trance, comenzaron a mover los escombros que había sobre el cuerpo de su madre. Al quitar la mayoría de estos, se dieron cuenta que su madre no tenía resto alguno de ropa, aunque cerca de ella había restos de tela quemada. Sephire al notar eso, supo de inmediato lo que su madre había sufrido por protegerlos a ellos. Pero ninguna lágrima salió de sus ojos.

Theo salió de lo que quedaba de la casa-árbol y se dirigió a granero, el cual no había sido quemado. Aparentemente, los animales se encontraban bien, asustados, pero bien. Tomó la pala que había ido a buscar, y comenzó a cavar un pozo cerca de su casa, en las tierras de cultivo. Sephire, que nunca en su vida había usado una pala para cavar, tomó otra de las palas del granero y acompañó a su hermano en la tarea.

Así, ambos cavaron hasta que el sol estuvo en su punto más alto, sin dirigirse una sola palabra, sin producir ningún sonido, ni siquiera por estar exhaustos o por hacer esfuerzo. No había tiempo para las palabras, no había tiempo para llorar.

Una vez terminaron de cavar el pozo, entre ambos llevaron el cuerpo de su madre. A decir verdad, era mucho más liviano que cuando estaba con vida. Colocaron el cuerpo con suma delicadeza en la tumba. Ambos se miraron, Theo le hizo un gesto con la mano, invitando a Sephire a que fuera ella quien tirara el primer puñado de tierra, y eso hizo. Se arrodilló junto al pozo, con suavidad tomó un puñado de tierra, y con la misma gentileza lo dejó caer sobre el cuerpo de su madre, cuerpo irreconocible.

Ciel Rose - El elegido corruptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora