Capítulo 7 - Pequeña golondrina

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Los rayos de sol le brindaban calidez dentro de aquella soleada tarde de otoño, contrarrestando el clima templado que comenzaba a estar presente en esa estación. Dejaba que el aire fresco de la brisa llenara sus pulmones, brindándole la paz que tanto necesitaba en ese momento. Había cosas que lamentaba, cosas de las que se arrepentía, cosas que hubiera preferido hacer de otra manera. Pero, ahora, ya nada de eso importaba, pues alguien estaría a punto de ponerle fin a su vida, sólo por haber nacido con un don que los risha envidiaban, sólo por haber protegido a alguien que pidió auxilio.

Luego de respirar profundamente, miró hacia la multitud que se hallaba a sus pies. Todas aquellas personas abucheaban su sola presencia. Gritaban toda clase de injurias, pero eso, a Theo, poco le importaba. Ya nada importaba realmente, hacía bastante tiempo había perdido la esperanza, sobre todo, desde que Melina le había mencionado la palabra ejecución el día que había ido a visitarle.

"Ah... Sí... Melina". Pensó en ella, en quien le había prometido protección, y sólo lo había defraudado. Pensó en ella como una persona hipócrita, que ahora se hallaba sentada frente a él, dispuesta a ver su ejecución pública.

Cerró sus ojos, buscando imaginar que se encontraba en otro lugar, en un lugar donde no tuviera que pensar en sus preocupaciones, y para él, solo había un lugar así. Aquél jardín onírico al que siempre iba en sus sueños.

Comenzó entonces, a recordar su último sueño. Volvía a despertar en aquel claro silvestre en medio de la noche, donde las estrellas descendían del cielo para danzar junto a él, y las flores brillaban para guiarlo en su camino a través del bosque. Camino que siempre lo guiaba hasta el jardín que rodeaba la majestuosa fuente, fuente la cual cambiaba con cada visita suya. Jardín en el que siempre le esperaba una joven encapuchada, de quien desconocía el rostro y sólo conocía sus rizos color escarlata.

Su última visita había sido, al igual que las anteriores, un evento fugaz. Aunque, esta vez había sucedido algo diferente. La joven en la fuente, ya no se encontraba suplicando al cielo, ahora, llevaba consigo un vestido simple, el cual se movía junto a ella en una danza congelada y esculpida en piedra. Aquella estatua lucía feliz, por primera vez tenía rasgos definidos. Aquella estatua, claramente, era Melina. Pero había otro detalle que le había llamado la atención de aquella fuente. Había, ahora, una gran cantidad de flores que flotaban sobre el aguas, flores blanquecinas y rosadas, que se abrían majestuosas sobre nenúfares que las acompañaban.

—Las flores de loto son muy hermosas.

La joven pelirroja encapuchada se encontraba junto a él, contemplando con una sonrisa las mismas flores que al joven habían embelesado. Lo cierto, es que eran las flores que más hermosas le habían parecido al joven, ya que, nunca había visto alguna flor capaz de crecer en un entorno así.

—¿Me dirás tu nombre algún día?

Logro, finalmente, preguntar Theo. La joven solo volteó a verlo, dedicándole una sonrisa la cual acompañó con un suave gesto, posando su segundo dedo sobre sus labios, indicándole así, que guardara silencio. El joven obedeció y ella le extendió la mano. Él dudó, confuso de si tomar o no su mano, pero finalmente lo hizo. La joven colocó su otra mano sobre el hombro de Theo, él la tomó de la cintura, y juntos, comenzaron a danzar con lentitud. Theo jamás había bailado en el mundo real, pero allí, él era quien guiaba el baile. Y a pesar de que no había música que los acompañara, los sonidos de la noche los acompañaban en un dulce vals. Danzaban con paz, con calma, disfrutando aquel encuentro que lo alejaba de su cruel realidad. Había cerrado los ojos, dejando que su cuerpo se moviera solo, como si la danza estuviera marcada en él, como si suiera bailar de toda la vida. La joven se apartó de él en un rápido movimiento, mientras giraba sobre sí misma, pero cuando terminó de girar, ya no era la joven pelirroja de rostro cubierto, tenía la cabellera rubia y los ojos azules de Melina. Theo se quedó confundido, y la joven volvió a girar tomada de su mano, para ahora, volver a la misma imagen de siempre, la misma joven pelirroja encapuchada.

Theo la recibió entre sus brazos mientras aún permanecía confundido, la joven lo miró con una sonrisa, apoyando con gentileza su mano sobre su mejilla, y con su dedo pulgar limpió una lágrima que comenzó a caer de los ojos de Theo.

—Pequeña golondrina de hielo, no llores. No será este tu final. Un pinzón de fuego te acompañará.

Pestañeó para volver, como siempre, a la imagen de la realidad, a la desoladora realidad. Encontrándose frente a la multitud abucheadora. Mientras el rey leía su sentencia. Mientras Melina lo miraba con tristeza, sin decir una palabra, sin mover un solo músculo. Estaba parado allí, sin poder decir nada, sin poder defenderse. Miraba con indiferencia todo, pues ya nada le parecía importar. Ese sería su fin, y jamás sabría quién era la chica de sus sueños, jamás sabría la verdad sobre su familia, jamás podría volver a ver el sol brillar, ni sentir la brisa revolver su cabello. Jamás volvería a ver la amable sonrisa de su hermana, ni volvería a sentir celos cuando un chico quisiera cortejarla. Jamás volvería a poder sentir el fluir de la naturea por su cuerpo, aquella esencia de la magia que le permitía vivir su vida como la vivía, lleno de energía. Ya no podría, tampoco, cumplir la promesa de reencontrarse con Natalie, donde quiera que ella estuviese.

El rey dio la orden y se sentó en su trono, entonces, Theo fue obligado a arrodillarse. Theo se arrodilló frente al tronco, mientras comenzaba a llorar. No quería llorar, pero sus lágrimas comenzaron a salir en contra de su voluntad, sobre todo al ver a su hermana entre la multitud, quien lo observaba con lágrimas en sus ojos. Theo sólo pudo sonreírle, deseaba desde el fondo de su corazón, que ella fuera feliz, que pudiera vivir con tranquilidad.

Obligaron a Theo a colocarse sobre el tronco, el verdugo movió su coleta para tener una mejor vista de su cuello. Un sacerdote comenzó a recitar versos sagrados. Y antes de que el hacha comenzara a elevarse, el verdugo le preguntó por sus últimas palabras.

—Felixia... si me oyes... haz que sea feliz...

Pronunció aquellas palabras pensando en su hermana, anhelando que pudiera cumplir sus sueños. Pensando en Natalie, anhelando que pudiera encontrar la felicidad. Pensando en su madre, anhelando que hubiera vida después de la muerte y que pudiese tener la vida que se merecía.

El verdugo comenzó a elevar el hacha, y sus lágrimas comenzaron a caer con más intensidad. Era su fin, era su despedida, ya lo había aceptado.

"¡Pero no quiero morir!". Aquella frase llegó a su mente en una idea fugaz, y al darse cuenta, sólo pudo sonreír para sí mismo.

El hacha estaba en su punto más alto. Cerró sus ojos, rogando que aquello terminara pronto.

—Pequeña golondrina, no llores.

Oyó esa voz tan clara como el viento.


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*Sonido de guillotina*

*Comienza a sonar Servant of Evil*

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Capítulo bien cortito pero cargado de mucho sentimiento <3

¡Espero les haya gustado, y nos vemos... ¿el martes? con el próximo capítulo!

Ciel Rose - El elegido corruptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora