Capítulo 11 - Hora del té

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Suavemente comenzó a abrir los ojos, encontrándose con el bello paisaje del manto estrellado que se alzaba sobre él. Se incorporó, sentándose sobre el suave césped del bosque. Las flores luminosas comenzaron a brillar, marcándole el mismo camino de cada vez. Se puso de pie, se estiró para relajar su cuerpo, y emprendió su camino a través del bosque. Ya se había acostumbrado a la rutina de sus llamados.

"Llamados". Aquella idea cruzó por su mente, obligarlo a pensar sobre aquello. No soñaba con aquel lugar todos los días, solo cuando cosas importantes iban a suceder, como si la doncella que la esperaba siempre en el jardín supiera lo que iba a suceder.

Salió del bosque, encontrándose nuevamente con aquella fuente que siempre lo recibía, pero ahora Rihanna ya no estaba danzando, sostenía sobre ella varias aves pequeñas, como si estas la adoraran. Pero, había otro cambio más. Un árbol se alzaba frondoso e imponente unos metros detrás de la fuente, un árbol que se le hacía conocido. Pero este tenía, además de hojas lustrosas, flores de un rojo intenso y una forma un tanto peculiar, cuyo único pétalo envolvía con delicadeza el estambre, que crecían en racimos a lo largo de las ramas.

La joven encapuchada lo esperaba debajo de aquél árbol, sentada a los pies de éste. Si no fuera por los rizos pelirrojos que poseía, podría tranquilamente confundirla con Rihanna. Caminó hasta llegar frente a ella. La joven golpeó el suelo junto a ella, invitándolo a sentarse a su lado. Él aceptó, sentándose bajo el resguardo de aquel árbol.

—Supongo —comenzó a decir la joven, interrumpiendo el silencio de la noche—, que ya estás a salvo.

La joven le dedicó una amable sonrisa, Theo correspondió aquel gesto de la misma manera. La joven levantó su vista, observando la majestuosidad del árbol que se hallaba sobre ellos.

—Al sol le agradan las flores de ceibo.

Theo levantó la vista, observando las flores del árbol. Así se llamaba el árbol que había visto en el jardín de Rihanna.

—El sol... y el pinzón, son la misma persona, ¿no es así?

La joven volteó a verlo con una sonrisa, como si estuviera confirmando sus sospechas.

—Dime, ¿acaso puedes oir mis peticiones?

La joven regresó su vista hacia arriba, ignorando la pregunta de Theo. De cierta forma, estaba un poco estresado porque nunca le revelaba nada sobre ella, y le era realmente intrigante el saber algo, aunque sea una cosa, sobre ella.

—¿Qué es este lugar? —preguntó cambiando de tema.

—Es tu Talamus —respondió sin quitar la vista de las hojas.

Talamus. Aquella palabra se le hacía familiar al joven, sin embargo, no lograba recordar qué era exactamente. La joven lo miró nuevamente, con una sonrisa en su rostro.

—Buenos días —dijo en forma de despedida.

El joven parpadeó, pero al abrir los ojos, ya no era la joven quien se encontraba frente a sus ojos, sino que, estaba mirando hacia el techo de su cama. Se sentó sobre la cama, y corrió las cortinas que lo cubrían, se puso de pie y comenzó a vestirse. Era hora de comenzar el día, y aquella tarde sería muy importante.

Corrió las cortinas, permitiendo que los cálidos rayos del sol entraran a través de los cristales, y abrió las ventanas para permitir que el aire comenzara a circular por la habitación. La puerta de la habitación se abrió, dejando ver a una serie de sirvientas que entraban para ordenar el cuarto. Theo las saludó con amabilidad, un gesto que ellas recibían con agrado, pues pocas eran las personas que notaban la presencia de la servidumbre.

Ciel Rose - El elegido corruptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora