Capítulo 6 - Sol de medianoche

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El sonido de las gotas cayendo al suelo rebotaba a lo largo de aquél lugar, y no sólo las había goteras en su celda, sino también, en la de sus compañeros. Otros delincuentes y marus condenados a una eternidad dentro de aquellas celdas, sin poder volver a ver la luz del sol. La mayoría de los presidiarios allí estaban pálidos, lucían desnutridos y desalineados, algunos no habían tomado una ducha en meses, otros en años, por lo que el hedor era algo inaguantable. Sólo tenían permitido salir para ir al baño, algo que se agradecía, ya que, si no el olor sería inaguantable.

El sonido de su estómago vacío pudo escucharse hasta la celda contigua, la comida se al daban una sola vez al día, su estómago se había acostumbrado a ello, por lo que sabía cuándo era la hora de la comida cuando su estómago comenzaba a rugir, y, en ese momento, una tenue luz comenzó a hacerse cada vez más intensa, llegaban los guardias a entregarles una rebanada de pan y una manzana a cada uno. Sí, esa era su comida para todo un día, muchas personas allí fallecían de inanición, le había tocado de cerca ver fallecer a alguien que se encontraba en la celda de en frente, así que solo le tocaba esperar que llegara su lenta muerte.

Aunque, algo le llamó la atención, y es que la luz se hacía intensa con rapidez, algo que no pasaba realmente seguido, por lo que solo podía significar que venían a buscar a alguien, y mayor fue su sorpresa cuando los guardias se detuvieron frente a su celda, la última del largo pasillo. Los guardias ignoraron a Theo, voltearon a ver en la dirección de la que venían e hicieron un rápido movimiento, colocando su mano derecha recta frente a la cabeza, era el saludo marcial. Tras eso, una joven encapuchada apareció frente a la celda, al principio no sabía quién era, pero, entonces, reconoció los rizos que dorados que caían por sus hombros.

Theo se puso de pie como pudo, estaba débil por la falta de comida. La joven le hizo una seña a los soldados para que se retiraran, quienes se despidieron con otro saludo marcial luego de dejarle la antorcha para que pudiera iluminarse. La joven, que llevaba consigo una canasta, se arrodilló frente a la celda, Theo la imitó, agradeciendo no tener que estar demasiado tiempo de pie.

—Melina... —susurró con voz temblorosa, tomando con agonía los barrotes que lo privaban de su libertad.

—¡Shhh! —pronunció con suavidad colocando su dedo sobre sus labios—. Guarda silencio, por favor.

Theo tragó saliva, intentando humedecer su garganta. Era la primera vez en todo ese tiempo que hablaba con otra persona, ya que lo demás presos no eran muy amigables, o se encontraban en un estado delirante, muy adentrados en la locura.

—Creí que los marus no tendrían visitas. —El joven rio con sutileza, intentando mantener el ánimo aún en esa situación.

—No las tienen —respondió inmediatamente—. Ningún prisionero tiene derecho a visita y... —Tragó saliva, buscando las mejores palabras para hablar—. Tampoco nadie se atrevería a visitar a un marus por el riesgo que eso conlleva.

—Entonces... ¿qué haces aquí? —preguntó confundido—. ¿No corres peligro acaso?

—Digamos que... soy un caso especial...

Theo la miró confundido, a la vez que intrigado por el tipo de poder que ella podría tener, no en cuanto a nivel mágico, sino a nivel político. ¿Quién podría gozar de tal inmunidad? ¿Un barón? ¿Un conde? ¿O quizás un duque?

—Vine a traerte algo...

Theo miró hacia la cesta, pero no era a donde la mano de Melina se dirigía, sino que fue a uno de sus bolsillos donde la metió, sacando de él algo muy preciado para el joven, y para cualquier marus en su situación. Sus pendientes. Fue por llevarlos puestos el día que lo arrestaron que pudieron corroborar que él era un marus. Acercando un trozo de terracoche, una piedra de color blanquecino, que al acercarlo a gemas catalizadoras comienza a brillar, pudiendo detectar así, la energía que el majurea y el naturea emanan de las piedras preciosas.

Ciel Rose - El elegido corruptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora