Emociones

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María:

Me hallaba exhausta, con los párpados pesados como cortinas de acero imposibles de levantar. En cada respiración, un dolor inexplicable se apoderaba de mí. La fatiga me envolvía, a pesar de haber experimentado una sensación de relajación reciente. Un sosiego rodeaba el entorno, donde por momentos percibía las caricias reconfortantes de Tom acariciando mi rostro, tal como lo hacía cada mañana al despertarme. Escuchaba su hermosa voz cantando para mí, aunque a él le avergonzara hacerlo, tenía una voz sublime. Me sumía en ese momento, deleitándome con su melodía, y me sumergía nuevamente en el sueño.
En mis ensoñaciones, lo visualizaba sonriendo y llamándome. Eso era todo lo que anhelaba en mis sueños: quedarme allí, admirándolo mientras él permanecía de pie, indicándome que me esperaba. De manera abrupta, la oscuridad se apoderaba de todo y el miedo me envolvía. Al explorar mi entorno, me encontraba en la casa de Lorenzo, precisamente en su baño. Una vez más, me había encerrado...

- ¡Tom, por favor, sácame de aquí! ¡Ayúdame!-

Gritaba, sentada en un rincón, presa del pánico. Mis manos se dirigían instintivamente hacia mi vientre mientras las lágrimas caían.

- ¡Tom, por favor, sácame de aquí! ¡Ayúdame!-

Repetía con voz quebrada, buscaba la seguridad y el consuelo que solo él podía ofrecerme. Aunque la situación era desesperante, intentaba mantenerme fuerte por mi hijo, concentrándome en protegerlo. Juraba internamente que nada malo le sucedería.

- Nada va a pasarte, te lo prometo. No dejaré que te dañen. Papá vendrá por nosotros. -

Mis palabras, aunque llenas de determinación, se mezclaban con el llanto que no podía contener. Esperaba desesperadamente que Tom viniera en mi rescate, mientras toda mi atención y fuerza mental se dirigían a cuidar de mi hijo. Nadie, absolutamente nadie, iba a dañarlo.

- Levántate... Sigue mi voz. Debes salir de allí. -

De repente, una voz femenina, extraña para mí, se sumaba a la escena. Al principio, pensé que podía ser la madre de Tom debido a su acento, pero luego me di cuenta de que no era su voz. La confusión y el miedo se apoderaban de mi mente, alimentados por la amenaza constante de Lorenzo. Estaba al borde de la desesperación.

- ..."Has hecho un buen trabajo; tu pequeño ya está a salvo. Ahora, levántate y regresa..."

La voz de la mujer resonaba en mi mente con tono más autoritario. Me molestaba su altanería. Instintivamente, cubrí con mis brazos mi vientre, concentrándome en proteger a mi hijo. Traté de levantarme, pero mis piernas parecían no tener fuerza. Me agitaba en el intento y, al no lograrlo, me acomodaba en el suelo, acurrucada en un rincón, sin apartar las manos de mi vientre. Dormir se convirtió en un refugio reconfortante; sabía que vería la sonrisa de Tom. De repente, me encontraba en la sala de casa y Tom se mostraba molesto conmigo. Se revolvía el cabello, gesto que indicaba su pérdida de paciencia, y me llamaba por mi nombre con calma, dejándome claro que hablaba en serio.

- ¡Arréglalo María Pía!! ¡Tienes que arreglar este desastre que hiciste! -

Me miraba serio y su voz era más ronca que lo normal 

- ¿Qué quieres que arregle, Vaquero? ¡No hice nada!!! - 

Le pregunté molesta. Me irritaba su actitud. Cuando se ponía así, resultaba exasperante.

- Ah, es que no me escuchas. ¡Haz algo!-

Volteaba sin decir nada más y se iba. Odiaba cuando hacía eso; simplemente volvía a recostarme en el sofá y cerraba los ojos para relajarme. Dios, cómo amaba dormir. Últimamente, se había convertido en una especie de droga para mí. Ahora sí, me sentía bien, relajada, todo era paz y tranquilidad. Me sentía segura junto a mi hijo, percibía las caricias de Tom, sus canciones, por momentos me parecía que teníamos nuestras conversaciones matutinas. Me sentía bien, sin preocupaciones, dolores ni problemas. Solo paz, y se sentía increíble.

Ahora... túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora