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Ese martes, Arizona se levantó asustada por unos ligeros calambres, eran leves, pero todo asustaba a la rubia por su embarazo, llamó varias veces a Calíope, pero su teléfono solo saltaba el buzón de voz, se imaginó que ya estaba en el avión de camino a casa. Arizona entonces solo se levantó e hizo sus cosas lentamente, llamó a la empresa y le pidió a Penélope que cancelara la agenda del día, solo quería descansar todo el día hasta la cita, estaba asustada por el dolor que sentía.

Callie llegó a Seattle alrededor de la una de la tarde y entró a su oficina como a las dos y media, pero aún no había revisado su celular, solo seguía mirando su reloj para no perderse su cita, estaba emocionada por conocer a su bebé, desde que había logrado que Arizona mantuviera el embarazada, estaba mucho más feliz y ansiosa por todo. Fue a la oficina solo a dejar unos documentos para poder ir al médico, allí se encontraría con Arizona. Se estaba poniendo la chaqueta para salir cuando Lexie entró en su despacho.

- Señora Torres, hay un hombre afuera que quiere hablar con usted.

La morena miró su reloj.

- ¿No le ha dado su nombre? - negó la mujer más joven. - Entonces dígale que se retire, que tengo una cita, que ahora no me da tiempo.

- Creo que tendrá tiempo para mí.

Callie se quedó mirando la puerta con incredulidad.

- Lexie, ¿puedes darnos un minuto?

- ¿Se lo digo a su esposa?

- No, no pienso tardar mucho.

Lexie salió y los dejó a los dos solos.

- Te he echado de menos, Callie.

La mujer estaba furiosa, con los ojos llenos de lágrimas, agarró al hombre por el cuello y lo empujó contra la puerta.

- ¿Me extrañaste? ¡Tú estás muerto!

La risa sarcástica del hombre salió débil, al igual que su tos.

- Yo también te quiero, hija.

La mujer lo apartó de un empujón.

- ¡No me llames, hija! ¡Estás muerto!

- Estoy aquí frente a ti.

- Pero lloré tu muerte, crecí sin ti. - lloró la morena. - ¿Dónde has estado todo este tiempo?

El hombre mayor se sentó en el sofá oscuro.

- Tuve que desaparecer, Callie. O desaparecía o moría, maté a mucha gente, tenía mala fama, tenía que desaparecer sin que lo supieras, así que desaparecí.

- Mi madre ha muerto. - Dijo Torres llorando y golpeando la mesa con su puño.

- Lo sé, pero no podía hacer nada. - el hombre se encogió de hombros.

- ¿Qué buscas aquí? - preguntó Torres enfadado.

- Necesito dinero para seguir huyendo, no pueden verme en Seattle.

- Llevas años y años lejos y ¿esperas que venga ahora a darte dinero? Construí este imperio por mi cuenta, me hice un nombre por mi cuenta, sin necesidad de un padre porque el mío estaba muerto, no me tomarás ni un centavo.

El hombre se levantó y se acercó a la ventana del salón de Torres, miró a la morena y la llamó.

- Sé que te has casado, y también sé que tu mujer está embarazada, tengo a mis informadores por allí -señaló el rascacielos de la empresa Robbins-. - Hay un informante mío que se va a asegurar de que maten a tu encantadora esposa si no me das lo que quiero. Y por allí -señaló hacia abajo, donde se veía un coche aparcado- están mis compañeros, que se darán cuenta si me pasa algo.

- ¡Eres un monstruo! No voy a darte dinero.

- Lo harás, querida hija, soy un asesino, podría matarte incluso a ti. - Sacó la pistola de la cinturilla del pantalón y jugó con ella mientras se sentaba en el sofá. - Quise criarte como yo, para que no crecieras así, sentimental, pero tu madre me suplicó que no lo hiciera, fui un idiota por esa mujer, y hasta que la vida me la arrebató, la vida me lo arrebató todo, y tuve que lidiar con ello, tú también puedes lidiar con ello si te lo arrebato todo.

Torres tiró todo lo que había en su escritorio al suelo.

- ¿Cuánto quieres? - jadeó la morena.

- Un millón es suficiente.

Torres se rio.

- Tienes que estar de broma.

- Es una cantidad mínima por la vida de tu hijo, ¿no crees? - se rio el hombre.

La morena estaba furiosa y se acercó al hombre, agarrándolo por el cuello.

- No pongas precio a la vida de mi hijo, infeliz.

- ¡Calliope! - Arizona estaba allí. - Suelta a ese tipo.

- ¿Arizona? ¿Cómo has llegado hasta aquí? - preguntó la morena, soltando al hombre. Estaba confusa, pero miró los ojos hinchados de la mujer.

- Soy tu mujer, ¿lo has olvidado? No necesito contraseña para entrar.

- Lo sé, pero...

El hombre permaneció sentado.

- ¿Quién es este hombre? - preguntó la rubia.

Callie estaba a punto de hablar, pero lo vio levantarse y besar la mano de la mujer.

- Soy Carlos Torres, a su servicio.

Arizona puso cara de espanto.

- ¿Carlos Torres? Espera -miró a Callie-. - ¿Es tu padre el que me dijiste que había muerto?

- Sí, pero yo no...

- Cómo voy a confiar en ti, si me mientes, dijiste que tu padre estaba muerto, Calliope, ¡muerto! - La rubia se exaltó.

- Volveré mañana para ajustar cuentas, querida hija. - Dijo el hombre, percibiendo el extraño ambiente. - Ha sido un placer, mi querida nuera. - Arizona no dijo nada.

Ambas observaron cómo el hombre se marchaba y cerraba la puerta.

- ¿No estaba muerto ese hombre, Callie?

- Lo estaba, ¿vale? - dijo la morena, sentándose y poniéndose la mano en la cabeza. - Ahora estoy confundida, Arizona.

- Te he estado llamando todo el día. - dijo la rubia, atrayendo la atención de la otra mujer. - Llevo todo el día con dolores.

Callie la miró asustada y se levantó para colocarse frente a ella.

- ¿Qué has sentido? ¿No se suponía que teníamos que estar en la cita? Vamos a ello.

- Adelanté la cita, pedí que te avisaran y me dijeron que estabas demasiado ocupada. Fui sola. Solo, Calliope, algo que me prometiste que no me dejarías hacer.

La morena se sintió culpable en ese momento.

- ¿Tienes al menos una foto del chiquitín para que lo vea?

Arizona rio sarcásticamente y se le llenaron los ojos de lágrimas.

- No hay foto de ningún chiquitín, Calliope Torres.

Salió de la habitación, dejando a la poderosa directora sin palabras.

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