7. Horroris.

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Es la primera vez que, al salir de una sesión con su psicóloga no siente la picazón en el pecho y los ojos hinchados. Y es que, aunque los problemas de su vida no se han solucionado lo más mínimo, sí se siente avanzar e incluso Nuria la ha felicitado como si los pasos que Aina ha dado fueran propios. Le ha dado la enhorabuena por la gestión de la ruptura con Aitor, normalizando sus sentimientos y, sobre todo, validándolos. Ha conseguido que, al menos por el tiempo que ha durado la sesión, la sensación de culpabilidad por estar exprimiendo al máximo los ratos con Leo, volviendo a ser esos amigos que habían empezado a ser semanas atrás y conciliando una vida familiar juntos, se esfume. Nuria le ha intentado hacer comprender que las personas podemos experimentar más de una emoción a la vez y que no tiene absolutamente nada de malo. Al contrario, está bien.

Esperando la línea de metro, le manda un mensaje a Leo para que sepa que va a pasar por la Agencia Tributaria antes de ir a la Auran. Lleva toda la semana con los papeleos para ser autónoma, requisito indispensable para el trabajo que va a empezar en breves. Además, ya tocaba. Obligarse a pagar la cuota como autónoma va a ayudarla a salir del pozo de autodestrucción laboral y creativa en el que lleva meses inmersa. Leo le responde con una foto de Lola subida en el regazo de Rai, coloreando un impreso repleto de letras que espera que nadie necesite, mientras el novio de su amiga sujeta un bolígrafo con la boca y marca números en la calculadora. Sonríe ante la imagen y guarda el móvil en el bolsillo.

Ha sido más fácil de lo que pensaba apañárselas con Lola estos días. Durante las mañanas, Aina se levanta temprano, la despierta e intenta mantener una rutina. Esperan que así, cuando la pequeña se reincorpore al colegio, no le cueste tanto. Le explica los deberes que la profesora le manda a la plataforma. Luego juegan, a lo que sea y con lo que sea. A última hora, antes de que llegue Leo, aprovechan un ratito en el estudio. En silencio. Lola respeta esos silencios, a veces durante diez minutos seguidos.

Mientras la pequeña explora su propia técnica, Aina indaga en ideas nuevas que proyectar en las bocas de metro. El lunes a primera hora, le dio un rotundo sí a Balma. Llamó a Leo un segundo después. Y a Candela.

Y ahora, esperando el metro, no puede pensar en otra cosa que en ese trabajo. Ayer firmó el contrato y, para tratarse de un empleo de tipo creativo en España, no puede quejarse. Pero, lo cierto es que, aunque el dinero extra le venga de perlas, el cosquilleo que siente en sus dedos y su pecho no tiene nada que ver con lo económico, sino con el subidón de autoestima que supone volver a tener un trabajo de lo suyo, que es una oportunidad buenísima y que le haga recuperar la ilusión por su pasión.

En su cabeza se dibujan cientos de posibilidades. Ya ha perdido la cuenta de los tickets en los que ha trazado sus bocetos. Sofía se ríe de ella cada vez que, de la nada, pega un brinco y se dirige a la barra corriendo, bolígrafo en mano. Se encarga de todos los clientes en los minutos en los que ella bosqueja, dice que es por la cantidad de veces en las que Aina ha tenido que ir en su ayuda por alguna de sus pifias.

Agradece con todas sus fuerzas que no hubiera mucha cola y, papeles en mano, vuelve sus pasos hacia el metro una vez sale del Ayuntamiento.

Saluda a Mercedes al llegar a las oficinas de Auran Cosmetics, que le responde con un cálido abrazo.

—Su sobrina se encuentra en el despacho del Señor Jara.

—Mercedes, me cambiaste los pañales. Creo que no hace falta que me hables de usted.

—Ni lo intentes, Aina, llevo años tratando que esta mujer me llame por mi nombre y no hay manera —interviene Leo, saliendo de su despacho, como si hubiera estado a la espera de oírla llegar.

Riendo como si no estuvieran hablando de ella, la secretaria vuelve a su asiento mientras observa a la pareja intercambiar una sonrisa a modo de saludo.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora