16. Notitia.

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Definitivamente, ya no recordaba el caos que suponía la rutina de tener que llevar a Lola al colegio. Está siendo mucho más duro de lo que imaginaron, y eso que están los dos batallando por lograr salir de casa a tiempo.

—Solo un día más, tito, porfi, porfi —suplica de nuevo, con su mejor carita de pena.

—Lola, mi amor, ya lo hemos hablado —vuelve a explicarle él, haciendo acopio de paciencia. Tienen que estar en la puerta de la escuela en menos de media hora y la niña aún está a medio vestir y sin desayunar—. Tienes que ir al cole hoy, es el primer día y no puedes faltar porque, después de que te pusieras malita, ya estuviste muchos días sin ir. Además, a ti te encanta ir al cole, patito.

—Pero yo me quiero quedar contigo y con la nana. Solo un día más.

—La nana y yo tenemos que irnos a trabajar también.

—Pero solo un día... —El puchero amenaza con convertirse en un llanto si no actúa pronto para frenarlo.

—Anda, ven. —La toma en brazos y cubre su cara de besos—. ¿Me cuentas por qué no quieres ir al cole?

—Quiero estar con vosotros.

—Pero, patito, estarás con nosotros cuando salgas de la escuela. Mira, ahora te llevaremos los dos juntos, luego llevaré a la nana a la cafetería y yo me iré a la oficina. Tú aprenderás un montón de cosas, jugarás con tus amiguitos y nosotros trabajaremos. Y, después, te iremos a buscar, merendaremos y, si hace bueno, podemos ir al parque antes de volver a casa. ¿Te parece?

El plan contenta lo suficiente a Lola como para terminar de vestirse bajo la supervisión de su tío, que no puede dejar de mirar el reloj, angustiado con el paso de los minutos.

—¿Qué os falta por aquí? —Aina asoma la cabeza por la puerta entreabierta del dormitorio de Lola.

—Hemos superado el bache.

—Siempre confié en ti —ríe ella en respuesta—. Petita, te he preparado un zumito y una tostada con jamón, ¿te vas tomando el desayuno?

Lola asiente y, ya por fin preparada, se encamina hacia la cocina. Su tía le ha dejado todo listo encima de la mesa redonda que usan habitualmente para comer. Mucho más cómoda que la del comedor.

—Buenos días —susurra Aina a Leo. Le planta el beso que no ha podido darle al despertarse y que lleva casi una hora quemándole en los labios.

—Buenos según se mire... —suspira él—. Menudo carácter gasta esta niña por las mañanas.

—Herencia de los Torres no es.

—Mi hermana siempre ha tenido un despertar de perros, así que supongo que debemos darle las gracias a ella —replica, con ironía—. Aunque un par de besos más podrían arreglarme la mañana.

La abraza por la cintura y la acerca a su cuerpo antes de lanzarse de lleno a sus labios. Podría pasarse así horas y no se cansaría. Por desgracia, la alarma que le indica que tienen cinco minutos para salir de casa los interrumpe.

—Ni tiempo de tomarme el café —se lamenta.

—Te lo he dejado preparado en la encimera. —Aina deshace, muy a su pesar, el abrazo y le dedica una sonrisa—. Tómatelo mientras se lava los dientes y nos vamos.

—Eres la mejor.

Logran llegar a tiempo, a pesar de todo. La tutora de Lola les saluda encantadora y vuelve a recordarles que tendrán que ir al colegio a hablar de sus profesiones, algo que quedó pendiente antes de Navidad. Les propondrá unas cuantas fechas por correo electrónico para concretar el día que les vaya mejor. Se despiden de su sobrina, que ya no parece tan triste por tener que separarse de ellos después de haberse reencontrado con su mejor amiga.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora