13. Occursus

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—Feliz dos mil veinticinco, pelirroja. —Rai vuelve a besarla una vez más, aprisionándola contra el muro del quinto portal en el que han parado desde que emprendieron el rumbo al pub de siempre.

Feliz aninovo, meu amor —responde ella sin separarse apenas de sus labios.

La Nochevieja es, desde que conoció a Rai, su fecha favorita del calendario. Desde que sus caminos se cruzaron y comenzaron a compartir sus vidas, lo han celebrado con toda clase de rituales y tradiciones como la de Rai de usar una camisa estampada hortera. Esta noche la ha sorprendido usando la misma que llevaba el día que se conocieron oficialmente. Y, parecerá estúpido, pero ese detalle le ha permitido respirar de nuevo.

Hacía días que sentía dentro un sentimiento tan aplastante que le impedía tomar aire con normalidad y verlo ahí, con ese estampado de renos y abetos y su sonrisa insegura, le ha devuelto el aliento que le faltaba.

Porque Rai siempre ha tenido ese don, el de hacerle más ligera la vida. El de permitirle actuar sin pensar, sin planear todo al detalle, dejarse llevar, algo que nunca jamás ha ido con su personalidad ordenada y metódica.

Sin embargo, en los últimos tiempos todo se ha torcido. La aparición de Jara fue el desencadenante, sí, porque ese secreto que guarda y que había logrado desterrar de su mente ha vuelto con fuerza para hacer tambalear los cimientos de su relación. Pero no todo se debe a eso. Se han descuidado, los dos y eso les está pasando factura. Por eso es tan importante para ella que Rai haya aparecido con esa maldita y horrible camisa, porque significa que lo que sienten el uno por el otro sigue ahí, ardiendo dentro de sus pechos.

—Quiero que este año pasemos más tiempo juntos, nené —susurra contra su boca, dejando aflorar su inseguridad y sus miedos—. Quiero que volvamos a ser los de siempre, que vuelvan las cenas caseras chamuscadas, los baños de espuma, los masajes y las noches de películas. Quiero que te metas conmigo en la ducha y me hagas llegar tarde al hospital y que compartamos coche los días que coincidimos en turno. Necesito más tiempo contigo. Y si tengo que renunciar a guardias y matricularme en menos asignaturas en febrero, estoy mucho más que dispuesta, meu parruliño. Estoy dispuesta a lo que sea para hacer que sigamos funcionando como un puto reloj suizo.

—Cande. —Rai no encuentra mejor respuesta que la física. La besa con ansia, apretando su cuerpo contra el de su chica, acariciando esa cascada de rizos que siempre le ha vuelto loco, sus mejillas plagadas de pecas ahora medio encubiertas por el maquillaje, mordiendo sus labios rosados—. Lo que haga falta, cieliño. Ya sé que he tenido la cabeza muy volcada en Jara y en Auran y... Lo siento, joder. Tú y yo no somos así, todas las discusiones de estos días... —Traga saliva, no quiere sacar el tema de sus padres ahora, demasiado delicado—. Nos esforzaremos más, ¿vale? Los dos.

—Te lo prometo, vida —susurra ella.

—Y yo a ti, parruliña —responde él, repitiendo a propósito el último apelativo.

—Eh —protesta ella, posando las manos en su pecho—. Se te notó a leguas que lo hiciste queriendo, pero me la pienso cobrar igual. —Vuelve a besarlo hasta que tienen que separarse a tomar aire.

—Será mejor que empecemos a movernos, porque los otros dos deben llevar ya un buen rato en el pub...

—¿Y tú crees que habrán notado que nos retrasamos? Ni siquiera creo que se hayan dado cuenta de que íbamos en el mismo coche —ríe Candela en respuesta.

Como ya se había ofrecido antes de la cena, ha sido Leo quien ha cogido el coche para llegar hasta el local donde van a volver a celebrar el inicio del nuevo año, de la misma forma que lo hicieron años atrás. Sin embargo, la zona estaba tan abarrotada que han tenido que aparcar bastantes calles más allá. Para Rai y Cande, un camino que podrían haber recorrido perfectamente en quince minutos, se ha convertido en un paseo mucho más largo, teniendo en cuenta que han parado en casi todos los portales que han encontrado para darse el lote como dos adolescentes. Aunque antes de perder de vista a sus amigos, Aina y Leo no distaban demasiado tampoco de un par de quinceañeros con las hormonas revueltas.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora