20. Promitto.

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Es posible que se odie un poco por haberse autoimpuesto la norma de no fumar dentro del coche porque, en ese preciso instante, lo necesita. Aunque está seguro de que sus pulmones agradecerán una tregua, aunque sea corta.

Ha pasado la noche en vela, de la terraza al despacho y de ahí a la habitación de Lola, porque velar por su sueño era lo único que le impedía seguir dándole vueltas al hecho de haberse cargado su relación con Aina antes incluso de haber tenido la oportunidad de comenzar algo serio.

Aparca a varias calles de la boca del metro que tantos recuerdos le trae del viejo barrio de Rai. Cuántas veces recorrieron esas mismas calles, cargados de sueños e ilusiones, con el futuro por delante. A sus padres les horrorizaba que pasara tanto tiempo en un barrio obrero como aquel y, tal vez por eso mismo, él disfrutaba tanto pasando los ratos muertos entre clases de la universidad en el bar de la esquina, ahora reconvertido en estudio de yoga.

Baja las escaleras del metro conteniendo el aliento. Lleva demasiado tiempo sin hacer uso del transporte público y había olvidado lo agobiante del ambiente, el calor... Y el olor. Es consciente de que sus amigos le convertirían en el centro de sus burlas si lo confesara, así que prefiere no admitir ante nadie ese pensamiento tan esnob, especialmente ante la chica ataviada con el mono de trabajo azul encaramada en lo alto de un andamio que vislumbra desde la distancia. La observa desde lejos, salpicada, como siempre, por miles de motas de colores.

—Es precioso, Aina.

Su comentario la sobresalta, absorta como estaba en recoger el material. Se gira hacia él, conteniendo el aliento y se lo encuentra embelesado, admirando el mural, por fin ya terminado, en el que ha querido plasmar la historia de amor de sus dos mejores amigos. Aina mira el reloj de su muñeca. Suspira aliviada al darse cuenta de que no se trata de que ella haya perdido la noción del tiempo, que tampoco le sorprendería a nadie, sino que Leo ha decidido adelantarse más de veinte minutos de la hora que ayer pactaron en el breve intercambio de mensajes que ella se concedió.

Fue después de hablar con Aitor cuando tomó la decisión de escribirle un mensaje al que Leo no tardó en contestar. Llegaron rápido a un acuerdo sobre la hora y el lugar en el que hablarían, él hizo el intento de alargar la conversación insinuando que la invitaría a merendar y ella prefirió no contestar.

—Gracias —responde ante su halago, mientras baja del andamio que los propios trabajadores de la estación se encargarán de desmontar esta misma tarde.

—Rai va a estar insoportable cuando lo vea. Aún más, quiero decir.

Ella se encoge de hombros. No sabe qué decir, ni cómo dirigirse a él. Así que se centra en terminar de bajar sus trastos y organizarlos para que sea más fácil transportarlos. Cuando él intenta ayudarla con los botes de pintura, Aina chista molesta.

—Puedo sola, Leo. —«Cuando empecé con esto te pedí que me ayudaras a traer los chismes y ni siquiera respondiste a mi mensaje». Eso no lo suelta, prefiere morderse la lengua aun a riesgo de envenenarse.

—Sí, claro. Perdón. —Da un par de pasos hacia atrás, permitiéndole espacio—. ¿Tienes tiempo para un descanso? He visto unas máquinas de café ahí arriba.

—Pues tendría que acabar de recoger y esas cosas pero... Sí, supongo que sí, vayamos a por ese café y saquémonos esto de encima cuanto antes.

Caminan en silencio, con Aina intentando limpiar de sus brazos los últimos rastros de pintura sabiendo que es en balde, mientras Leo va a su lado, interpretando su gesto como una manera de posponer el momento.

Cuando anoche recibió el mensaje, tiene que reconocer que no se lo esperaba. Pensaba que ella tardaría más en proponerle una conversación, si es que salía de ella y no tenía que ser él quien, días después e incumpliendo todas sus peticiones, fuese a buscarla. Y no lo esperaba porque Aina nunca había hecho algo así, nunca había pedido tiempo para procesar las cosas y poder formarse conclusiones lejos de la impulsividad del momento. Por eso le da más miedo, ¿qué ha pensado tan rápido? ¿A qué conclusiones ha llegado ya? ¿Tan clara tenía su decisión si solo ha necesitado unas horas?

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora