25. Amicis.

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Cuando el despertador empieza a sonar, ella hace rato que tiene los ojos abiertos. De hecho, duda haber dormido más de dos horas a intervalos irregulares. Alarga un brazo, tratando de no molestar a Leo, que le rodea la cintura con el suyo, para evitar que se despierte.

Apaga el despertador y vuelve a la pantalla de inicio de su móvil, que está llena de notificaciones de Candela. Las ignora todas. No tiene ganas ni fuerzas para atenderla.

—Buenos días —musita Leo a su lado, desperezándose con tranquilidad.

—Dejémoslo en días, a secas —refunfuña.

—¿Has podido dormir?

—Algo.

—Ya, yo igual —confiesa él, apretándola contra su cuerpo y dejando un beso en su coronilla—. ¿Cómo estás?

—Sigo enfadada —se limita a decir. No quiere dar más vueltas al tema, se pasaron la noche hablando de ello. No puede seguir hablando de las dichosas recetas y su enfado monumental con Candela—. ¿Y tú?

—Sigo preocupado por ellos.

—Bueno, al menos ya sabes que Rai está en casa de Mar. —Se siente como una cría de catorce años cuando pronuncia el nombre de la trabajadora social con un tono amargo, pero no ha podido evitarlo. Leo suspira, pero no dice nada al respecto—. Estará bien.

—Tendrá una resaca de tres pares de narices.

—Bueno, quizás el dolor de cabeza le distrae un poco de todo lo que Cande... —Se calla, es que no quiere volver al tema, está cansada y sabe que Leo va a seguir intentando convencerla de que no tuvo otra opción, pero ella no lo ve así.

—Ina, ya sabes que...

—¿Podemos no volver otra vez al bucle interminable? —suplica, apoyando las manos sobre el pecho de Leo y posando sobre ellas su barbilla. Le dedica una mirada de pena que podría competir con el mejor de los mohines de su sobrina—. Me duele la cabeza de tanto pensar.

—Eso es que no estás acostumbrada a hacerlo, la cabeza está para más cosas además de para llevar pel... ¡Auch! —Se queja cuando ella clava con fuerza un dedo entre sus costillas—. Era broma, era broma.

—Ya, claro... —Finge indignarse y da media vuelta sobre el colchón, dándole la espalda.

Él no tarda en seguir el recorrido y abrazarla por detrás, pegando los labios a su oreja y provocándole un escalofrío.

—Anda, boba, no te enfades conmigo... —susurra, dejando suaves besos por su cuello.

—Es que te lo buscas tú solo... —Continúa con la exageración, porque si lo que se le ocurre a Leo para que se le pase el falso enfado es cubrirla de besos, no será ella la que destape la farsa.

—Soy lo peor.

—Mira que insinuar que soy una descerebrada que solo usa la cabeza para lucir melena...

—Pero oye, es un pelazo, tiene su mérito... —Esta vez se lleva un codazo en el abdomen que le hace reír todo lo fuerte que puede que, teniendo en cuenta que son las siete y media de la mañana y no quieren despertar a su sobrina, no es mucho—. Ya me pasarás el nombre del peluquero, hace tiempo que necesito un corte.

—¡Ni se te ocurra, eh! —Esta vez ella se gira—. Entonces sí que me enfado de verdad.

—¿Pero qué tienes tú con mi pelo?

Aina le sonríe de lado y se lo acaricia, apartándole un mechón especialmente rebelde que no deja de caer sobre su frente y le cubre por completo uno de sus ojos azules.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora