Mendacium

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«Esto iba a ser un borrador, pero se nos fue de las manos». 

Con esa frase empezamos allá por 2018 nuestra andadura con esta historia. 

Con esa frase empezamos el verano de 2022 nuestra vuelta. 

Y con esa frase empezamos el final de Aina, Leo y Lola como protagonistas de este universo multicolor. 

PD: Este prólogo fue lo último que se escribió de la novela. Desastre se nace no se hace.

Gracias por estar de vuelta, que lo disfrutéis :)

*****

La víspera del Año Nuevo siempre había sido de sus días señalados en el calendario. A principios de diciembre empezaba la cuenta atrás para poner al día todos los asuntos pendientes y llegados al veintitantos siempre se daba por vencida, confiando en que el año que entraba sería el definitivo. Por regla general se trataba de objetivos pequeños: mejorar sus notas, aprovechar su tiempo libre en salir a pasear y disparar a todo aquello que se pusiera frente a ella o apuntarse por fin a esas clases de fotografía que, siguiendo las palabras de sus padres, jamás le servirían para nada, pero ella estaba convencida de que le aportarían esos destellos de felicidad que podía faltarle a su maravillosa mente creativa.

Lo cierto es que no todos sus propósitos eran sencillos. Algunos no se trataban simplemente de actividades que agregar a su rutina. Otros eran asuntos del corazón. Y hacerle caso a su corazón siempre había sido el eterno pendiente. No tenía nada que ver con la falta de ganas, porque de esas tenía a montones y rebasaban de tal forma que llegaba a doler.

El problema es que de los asuntos del corazón, con suerte, solo tienes el cincuenta por ciento de la potestad.

Y Lucas Torres se había llevado el cien por cien desde que la joven María Jara tenía uso de razón.

En su diario de propósitos, María escribía cada uno de enero confesarle por fin a su gran amor todo lo que le profesaba. Hasta que, sin pensar siquiera en el cómo, sucedió. No se parecía a nada que ella hubiera planeado en todos y cada uno de los escenarios que se habían creado en su cabeza. Los sentimientos que se correspondían en sus sueños escaparon al mundo real. Un mundo donde Lucas, con esa sonrisilla de niño malo que rompía su aura de muchacho angelical, le susurraba palabras de amor mientras se perdían en los brazos del otro, donde las llamadas furtivas a horas intempestivas para que nadie los escuchara eran su forma de empezar y terminar los días.

Un mundo en el que los deseos del nuevo año se cumplían.

Pero este uno de enero iba a ser diferente. En esta ocasión, no escribiría su diario recostada en su habitación después de mal alimentarse a las tantas de la tarde después de una noche de fiesta con sus amigas, repleta de purpurina y lentejuelas. Esta vez lo haría sentada en el asiento del copiloto, con las piernas apoyadas en el salpicadero por el simple placer de poder hacerlo sin que ningún familiar suspirara a sus espaldas por no haber tenido siquiera la decencia, ante tal despropósito, de retirarse los zapatos.

Esta vez, no solo escribiría los propósitos de un comienzo. Iba a escribir una vida entera.

Con él.

Y con ella.

Lleva tantas semanas esperando este día con tanta impaciencia, que no ha sido consciente de no haber disfrutado del proceso. De no haber exprimido cada paseo por el centro con su madre, los silencios que se crean en los espacios que ha compartido con su padre o incluso cada lección de vida que nadie le ha pedido al molesto de su hermano mayor.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora