24. Praeteritum.

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Recuerda que esa mañana hacía más frío del habitual, el tiempo había estado raro los últimos días y apenas sabías cuál era la vestimenta adecuada para salir de casa. No se arregló para ir a trabajar, como empezaba a ser costumbre. Llevaba varios meses trabajando en un hospital privado en el que su ex la había enchufado, mantenían una buena relación y él era uno de los médicos mejor vistos del hospital. Cuando la recomendó como enfermera, la contrataron un par de días después.

Al verla llegar, ya no le sorprendió su imagen desaliñada, en comparación con lo que solía ser.

Sus rizos, que tiempo atrás no se molestaba en recoger hasta un minuto antes de empezar el turno, estaban ahora apelmazados en una coleta mal hecha. No había rastro de maquillaje en su cara, ese que tanto le gustaba, y sus ojeras estaban marcadas.

La madrugada anterior había discutido con Rai.

La situación era insostenible desde hacía tanto tiempo que ya ni siquiera era capaz de decir cuánto hacía que empezó a ser así.

Todas las noches sin excepción se metía sola en la cama, para estar preparada para cuando él llegara y poder hacerse la dormida, controlando el reloj.

Las doce, la una, las dos.

Las cinco de la mañana.

A las cinco de la mañana, solo unas pocas horas atrás, había discutido con Rai.

Porque esa madrugada no pudo callarse más. Estaba cansada de pasar las horas en vilo metida en la cama, cansada de no saber dónde se encontraba Rai ni cuán inseguros eran los lugares que visitaba. Se estaba adentrando en un mundo repleto de porquería y gente peligrosa por seguir hasta el mismísimo Averno al jodido Leonardo Jara. Estaba cansada, sí, pero también el miedo se la estaba comiendo por dentro.

Rai había cambiado en los últimos meses y, probablemente, él ni siquiera se daba cuenta de cuánto le estaba afectando a su estado, no solo anímico, sino también físico.

No comía, no dormía, no se concentraba en el trabajo, no gastaba bromas y apenas sonreía.

Rai. Apenas sonreía Rai.

Y ella se estaba muriendo por dentro al presenciar a la persona de la que más enamorada ha estado en toda su vida dejar de desprender ese brillo especial.

En la carrera estudió el consumo de sustancias y ella era capaz de reconocer todos y cada uno de los síntomas que su novio le narraba, las veces que era capaz de hablar de ello, que no eran muchas. Lo que no te explican en la carrera es cómo todo el puto contexto que te rodea cambia a tu alrededor. La familia, las amistades, el día a día de las personas que presencian una adicción no vuelven a ser las mismas.

Horas atrás, cuando llegó a casa, no la encontró acostada como de costumbre. Estaba en la cocina con una tila triple en la mesa y el sonido de su reloj de muñeca llenando de ruido la estancia. Él le dio un beso en la frente y le preguntó si no podía dormir. Llevaba la chaqueta del traje en el brazo y el pantalón arrugado. Claro, había salido a las siete de la mañana de casa. Veintidós horas antes.

—Llevo semanas sin dormir —respondió—. Las mismas que tú sin pasar una noche entera en casa.

Rai la miró sorprendido, como si le pillara desprevenido que Candela le pudiera decir algo así. No hablaban apenas de eso, él se había encargado bien de dejarlo pasar.

—Se me ha... Se me ha complicado la tarde.

—Ya veo —dijo levantándose. Dejó la taza en el fregadero y dudó si lavarla en ese instante. Alargar la escena para ver si él era capaz de decir algo más.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora