29. Iter.

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Un avión de papel diminuto, cuidadosamente doblado y una preciosa postal que reflejaba la mágica luz verde de la aurora boreal, eso fue lo que encontró Aina en la cajita blanca cuando Leo le dio la llave para abrir, al fin, su regalo de Reyes.

-Pero...

-Sé lo importante que era para ti este viaje -comenzó Leo, nervioso, sentado junto a ella en la cama-, y sé que no será lo mismo que hacerlo con tu hermano, lo entiendo, pero había pensado que, tal vez, si te apetece...

-¿Estás nervioso, Leo? -rió Aina, emocionada porque él recordara aquello.

-Un poco -confesó, apartándose el pelo de la cara-. Quiero que continuemos con las tradiciones y que creemos recuerdos especiales. Y, si te parece bien, me encantaría que te quitaras la espinita de visitar Islandia. Con Lola y conmigo.

Ella cerró los ojos, respiró profundamente, contuvo las lágrimas de emoción y, en un rápido movimiento, se sentó sobre él, rodeándole la cadera con sus piernas.

-No puedo imaginar un plan mejor que recorrer cada rincón de este mundo con Lola y contigo -susurró sobre sus labios.

Se deleitaron compartiendo besos lentos y húmedos que les llevaron a incrementar las caricias hasta volver a perderse el uno en el otro, hasta agotarse a base de orgasmos. Acabaron con las piernas entrelazadas y la cabeza de Aina reposando sobre el pecho de Leo, en una posición que le permitió ver la postal que había acabado en el suelo.

-¿Hay algo escrito? -observó con curiosidad, estirando el brazo para intentar alcanzar el pequeño rectángulo de papel.

El leve sonrojo de Leo no hizo más que alentar las ganas de leerlo.

-Déjalo estar, es una tontería... -intentó convencerla, reteniéndola entre sus brazos.

-¿Tan cursi es?

-No es cursi.

-¿Y entonces cuál es el problema?

-Vale, sí que lo es -acabó reconociendo-. Pero lo escribí hace mucho.

-Eso lo hace aún más divertido.

-Definitivamente, no lo vas a leer.

-¿Por qué? -lamentó ella, fingiendo un puchero.

-Pues porque el objetivo no era precisamente que te pareciera divertido. Te vas a reír de mí y mi ego no está listo para ese golpe tan duro.

-Yo jamás me reiría de ti.

Él entrecerró los ojos y la fulminó con la mirada.

-Ha sido, desde siempre, tu deporte favorito -le reprochó.

-Te prometo que no me burlaré...

-Si te ríes, cancelo el viaje -le advirtió.

-Pero si aún no has comprado los billetes.

-Ina...

-Venga, porfa... -suplicó, usando una voz entrañable y la mejor de las estrategias: los besos en el cuello-. No puedes no dejarme verlo, es mi regalo de Reyes...

Entre sus convincentes labios y el acertado argumento, a Leo no le quedó más remedio que acabar cediendo. Era una tontería seguir alargando la agonía cuando, de todos modos, era inevitable que lo leyera.

Deshizo el abrazo en el que la tenía atrapada y, en cuanto ella pudo coger la postal, hundió la cara en un cojín para no ver la primera reacción a esas palabras.

«He leído en internet que las auroras boreales tienen la peculiar cualidad de hacer que te enamores para siempre de la persona con quien las ves por primera vez. No me consta que en estos meses haya aparecido alguna por el cielo de Madrid y, aun así...

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora