27. Sum

408 20 3
                                    


Son apenas las ocho de la mañana y, cuando ha tomado el metro, ha tenido claro el destino. A él le gusta llegar siempre media hora antes al trabajo, así que no tenía sentido pasar a verle por su hogar temporal.

Han pasado más días de los que pretendía. Debería haber ido a hablar con él el martes y ya es jueves. Aunque sigue sin encontrar las fuerzas para hacer frente a esa conversación.

Si le hubieran dicho hace apenas unos meses que tendría miedo de hablar con su novio, se hubiera echado a reír sin contemplaciones.

Embutida entre centenares de personas dentro de esa caja de cerillas que la transporta de una punta a otra de Madrid, necesita hacer contorsionismo para sacar el móvil de su tote bag.

Aina 07:37

¿Cómo va?

Cande 07:38

En el metro, camino al matadero

Aina 07:38

No tengas miedo

Irá bien

Es Rai

Os queréis

Vais a solucionarlo

Cande 07:39

Estoy cagada, Ina

¿Y si me deja?

Aina 07:39

No va a pasar

Pero, Cande, si pasa...

No es el fin del mundo

A mí me vas a tener siempre

¿Vale?

Cande 07:40

Gracias por ser la mejor amiga del mundo

Aina 07:40

Siempre ;)

Mantenme informada

Candela suspira y vuelve a guardar el móvil. Por los altavoces se anuncia su parada. Siente el pulso acelerado y una gota de sudor que se escurre de su nuca y resbala por su espalda. No sabría decir si se debe a la condensación de personas por metro cuadrado o por los posibles escenarios que está planteando su mente. Pero ya no hay vuelta atrás. No va a seguir posponiendo esta conversación. No le va a permitir seguir jugando al escondite.

Ella se comportó como una mala novia, una mala persona y una mala profesional. Pero, como le dijo Aina, un error no puede eclipsarlo todo. No lo merece. No cree que, a rasgos generales, pueda considerarse ni una mala novia, ni una mala persona, ni una mala profesional. Y si Rai no puede encararlo...

No, eso no lo contempla. Duele demasiado como para planteárselo.

Entra en las oficinas de Auran con decisión, pisando fuerte, con seguridad. Pero, a medida que va acercándose a su despacho, se va haciendo cada vez más pequeñita. Para acceder al ala en el que se encuentran los despachos directivos, tiene que hacer frente a Mercedes, a la que encuentra organizando unas carpetas.

—Candela, cielo —la saluda con cariño la secretaria.

—Hola, Mercedes. —Trata de sonreír, pero no le sale demasiado bien.

Aurantiaco: El chico de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora